El Arte
y la experiencia culinaria.
PARTE II
Mi hermenéutica.
De manera
atrevida podríamos decir que no somos nosotros los que buscamos las obras de
arte sino que es el arte mismo el que sale a nuestro encuentro. La Cesta de Pan destaca de manera casi
inmediata gritando desde su sencillez en medio de la oleada más surrealista de
ese período pictórico del artista.
Ante la
incógnita de cuál fue la intención del pintor español al realizar esta obra de
manera, Max Scheller podría darnos una pista diciendo que “tienen el arte y la
técnica industrial (técnica instrumental), sin duda alguna, un punto de partida
común en productos que expresan procesos psíquicos y al par resultan tales que pueden servir duramente a fines útiles”.[1] Pero
aún en tanto que pueda ser clara para el autor, ¿porqué no la relacionamos ordinariamente
con su obra?. La respuesta parece subjetivamente clara: la obra sale a nuestro
encuentro.
La Cesta de Pan significa
el regreso a lo más elemental. El volver a reconstruir la vida desde lo
primero. El pan, como ya hemos visto, es el elemento más primitivo que implica
la transformación consciente del hombre. El uso de su inteligencia creadora
para tomar los elementos que tiene a su alcance y procesarlos hasta
transformarlo en algo nuevo y así alimentarse. El trigo necesita ser cosechado,
molido, amasado y puesto al fuego para transformarse en una simple hogaza de
pan. Es así que, después de la guerra el hombre requiere un proceso personal de
cosechar las experiencias, moler el pasado, amasar los momentos de amor y dolor
y someter al fuego del destino y del amor de Dios dejando que todo esto se
transforme en la hogaza de un nuevo futuro.
Ese futuro
entonces debe presentarse no cayendo en los espejismos del mundo, en las distracciones
vanas que hoy día ofrece la sociedad moderna sino en la sencillez de una cesta
tejida. Otro regreso simbólico al pasado. La felicidad no está en las cosas
materiales, no se encuentra en lo superfluo. No se puede olvidar el origen. “de
qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma” (Marcos 8,36). ¿De qué
sirven estas experiencias si una vez que la sociedad supera estos momentos
vuelve a poner su futuro en las expectativas del mundo banal?.
La cesta
representa volver a los verdaderos valores, aquello que se fue tejiendo a lo
largo de una vida y proporcionan una base sólida, algo que no tiene valor
comercial pero que es o debe ser el fundamento de todo ser humano.
Y el escenario
no es para los demás, la mesa es simple, sencilla y sobre todo personal. El
aprendizaje y el resultado del mismo se convierte de esta manera en una
vivencia única y exclusiva. Es cierto que mesas hay muchas y cestas hay muchas
y panes hay muchos pero cada pan tiene una huella única, una forma que sólo
puede darse de manera individual y corresponde al capricho del horno
concederla. La madera tiene también vetas irrepetibles que la naturaleza y el
tiempo han formado dando lugar así a una especie de huella digital. Finalmente
la canasta es también un entramado único de hojas irrepetibles que al secarse
proporcionan una estructura solida.
Pero hay otro
elemento indispensable en la obra que también nos dice algo: la luz. En medio
de la oscuridad, la luz salpica estos tres elementos: pan, cesta y mesa.
La mayor
cantidad de luz se concentra en el mendrugo de pan, es decir; el futuro debe
presentarse nuevo, brillante, luminoso a pesar de que lo rodeé la oscuridad.
Los fundamentos y los valores que sostienen ese futuro –la cesta- también
brillan creando una base de luces y sombras propias de la naturaleza humana
sobre las cuales el futuro se encuentra. Y finalmente la mesa recibe también un
poco de ese brillo haciéndonos ver que así como basta una simple flama de vela
para iluminar una habitación, basta un poco de luz en el corazón para que cada
individuo –recalcando el aspecto individual, -el yo-, por sobre las
experiencias de otros- pueda salir adelante.
Esa luz entonces
¿de dónde procede? Proviene desde el exterior del cuadro. Viene de arriba. Dalí
como cristiano pareciera expresar que esa luz viene de Dios e ilumina el
interior (se ve sólo la luz que ilumina la cesta, no se percibe un solo rayo de
luz lo que sería normal con tanta oscuridad). Sólo en Dios se encuentra esa luz
que ilumina y da esperanza en vistas de un nuevo futuro. Una luz que no llega
del mundo, no se encuentra dentro de los límites del lienzo de la humanidad
[madera en el caso de esta obra de Dalí]. Una luz que ilusiona al romper con la
oscuridad que nos rodea dejando ver que el futuro es fresco, nos alimenta y nos
nutre dando seguramente como resultado un espíritu sano y vigoroso. ¡Todo lo
que puede decir un simple pedazo de pan!
Abordar
entonces la obra desde la perspectiva del análisis formal aporta un sin fin de
elementos significativos que nos relacionan directamente con el autor: su
intencionalidad, su técnica, su formación como decía Scheller[2].
Profundizar en su contexto histórico y biográfico nos mete en su mundo y en sus
vivencias de manera muy significativa y nos relaciona en este caso con su psicología,
su sentir, sus emociones y sus experiencias particulares que aportan un
significado mucho más profundo de lo que quiso representar en un material determinado,
sea madera, lienzo u otra superficie.
Este tipo de
experiencias pueden darse también en una escultura, en un pentagrama en el caso
de los músicos y por supuesto en cada platillo que el Chef elabora en cada rincón de la cocina.
Percibimos no sólo
el mundo exterior del artista y del cocinero sino que nos asomamos a su mundo
interior dando mucho mayor sentido a su obra.
Sin embargo, la
experiencia del análisis hermenéutico añade una explosión de comunicación entre
la obra y uno mismo como espectador. Es un ejercicio catártico cuando se hace
de manera profunda y desinteresada, sin prejuicios y falsas poses. Este dejar
hablar a la obra de arte y permitir que se meta en el interior de cada persona
gritando al alma el significado que sólo tiene para uno, transformando cualquier
interpretación formal en una vivencia única y personal de valor inigualable que
sin duda se agradece.
En la cocina
esta hermenéutica cobra una dimensión particular pues no sólo intervienen, como
mencionamos al inicio, los sentidos de la vista y el tacto. Cada platillo en su
complejidad pasa inevitablemente por el crisol del sentido del gusto que de
manera particular y única hace que la experiencia culinaria sea irrepetible en
cada persona. De esta manera, los olores, sabores y sensaciones transforman el
mundo material de lo cocinado a una experiencia de recuerdos y emociones
trastocando el espíritu de una manera única e irrepetible.
La cesta de pan de
Salvador Dalí ha salido, gracias a este ejercicio hermenéutico, más allá de las
fronteras de su propio marco y de la galería que lo exhibe para alojarse en el
interior del espectador. Así mismo, cada creación culinaria abandona al Chef una vez que es puesta en el plato y comienza
su viaje hacia un nuevo destino y una nueva interpretación. No puede el
cocinero acompañar en este viaje a su creación. Ha dado todo pero no es todo
con la receta. La aceptación o decepción de la misma no está ligada de manera
alguna a la propia experiencia del Chef.
Sería un error poner en ello todo el sentir de la propia vida.
Los tiempo modernos y la necesidad de aprobación engañan facinerosamente
a quien debe tener en su persona y no en su obra el valor de su ser. La riqueza
del ser humano no puede estar supeditada al éxito o al fracaso de una acción
determinada pues está impresa en su naturaleza de manera ontológica la
posibilidad del fracaso dadas sus limitaciones físicas, sin embargo, en cuanto
a su condición de ser espiritual no está sujeto sino a un dinámico y continuo
crecimiento y aprendizaje.
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