Muere Umberto Eco,
el sabio que llegó al público
Tomado de: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/02/21/actualidad/1456062521_208811.html
El semiólogo, autor de medio centenar de ensayos sobre múltiples temas,
impulsó el placer de la lectura a 30 millones de personas con ‘El nombre de la
rosa’
Odiaba los lugares comunes y las frases hechas, y
tal vez para evitar las inevitables —“Italia está de luto”, “Ahora somos más
pobres”, “El hombre que lo sabía todo”—, el escritor, filósofo y semiólogo
italiano Umberto Eco dispuso que la noticia de su muerte, acaecida la noche del
viernes a los 84 años en su casa de Milán, fuese acompañada por la de la publicación
de un nuevo libro, como una invitación a recoger el testigo de su mirada
crítica, a veces divertida y a veces voraz, de ese ensayo del mundo que es
Italia. “A la hora de su muerte”, dijo el editor Mario Andreose tras dar el
pésame a su familia, “los deseos de Eco eran
coherentes con su vida profundamente laica”. Su despedida, por
tanto, se celebrará el martes en un acto civil en el Castello Sforzesco, una
joya arquitéctonica del siglo XV que el autor de El nombre de la rosa
(vendió 30 millones de ejemplares) y El péndulo de Foucault podía ver
desde la ventana de su casa.
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A la mañana siguiente de conocerse la noticia, los
alumnos de Eco se acercaron a la plaza Castello para, silenciosamente, dejar
rosas blancas bajo la casa de un maestro que, como escribe Juan Cruz, “era un
sabio que conocía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir
aprendiendo”. Esa es la clave. Umberto Eco nunca atropelló a nadie con su
infinita sabiduría. De ahí que, de todos los artículos laudatorios que publica
la prensa italiana, tal vez el que menos chirría con el carácter de Il
Professore sea el del periodista Gianni Rotta en La Stampa de Turín:
“Filósofo, padre de la semiótica, escritor, profesor universitario, periodista,
experto en libros antiguos: en cada una de sus almas Umberto Eco era una
estrella internacional, pero con sus estudiantes, lectores, colegas, jamás Eco
exhibió la pose snob que tal vez otros escritores sí habrían adoptado de
haber publicado best sellers como El nombre de la rosa o El
péndulo de Foucault. Umberto Eco reía, se informaba de las novedades y
—encendiendo un cigarro— contaba la última broma antes de presentar una nueva
teoría lingüística”. Ese, y muchos otros, era el intelectual que ahora despide
Italia.
Abandono
de la fe
Hijo de comerciantes, Umberto Eco nació en la
ciudad piamontesa de Alessandria en 1932. Formó parte activa de los movimientos
juveniles de Acción Católica, estudió Filosofía en Turín y se doctoró en 1954
con una tesis sobre la estética de Santo Tomás de Aquino, quien, según publicó
entonces en una nota irónica, tuvo mucho que ver con su descreimiento
progresivo y su abandono final de la Iglesia católica. Aquella nota rezaba: “Se
puede decir que él, Tomás de Aquino, me haya curado milagrosamente de la fe”.
Tras doctorarse, Eco se estableció en Milán, participó en un concurso de la RAI
—la televisión pública italiana— que venció y que lo convirtió en compañero del
periodista Furio Colombo y del filósofo Gianni Vattimo
en una aventura siempre enfocada a difundir el mundo de la cultura.
A sus coetáneos les asombraba, como subraya Gianni
Rotta, que “un semiólogo, un crítico, todo un filósofo, se ocupase de cómics, o
que un profesor predicase que, para entender la cultura de masa, antes hay que
amarla, que no se puede escribir un ensayo sobre las máquinas flipper
sin haber jugado con ellas”. Durante los años sesenta trabajó como profesor
agregado de Estética en las universidades de Turín y Milán y participó en el
Grupo 63, publicando ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y
medios de comunicación. Entre estos ensayos los más conocidos son Apocalípticos
e integrados y Obra abierta. El semiólogo también fue catedrático de
Filosofía en Bolonia, en la que puso en marcha la Escuela Superior de Estudios
Humanísticos, conocida como la Superescuela, porque su objetivo es difundir la
cultura entre licenciados con un alto nivel de conocimientos. También fue
fundador de la Asociación Nacional de Semiótica, de la que aún era su
secretario.
Crisis
del periodismo
A finales del pasado mes de noviembre, Umberto Eco
—junto a Sandro Veronesi, Hanif Kureishi y Tahar Ben Jelloun— decidió fundar
una nueva editorial, La nave di Teseo, tras oponerse sin éxito a la fusión
entre Mondadori y el grupo RCS. Fue la última batalla de un escritor que desde
hacía dos años luchaba contra el cáncer sin perder jamás tres de los rasgos de
su carácter: la curiosidad, la ironía y un vaso de whisky . “Ha trabajado hasta
el final”, contaba ayer el editor Mario Andreose, “exceptuando los tres últimos
días. Escribía y escribía, era un trabajador formidable. A pesar de que desde
hacía dos años tenía problemas de salud, continuaba trabajando”. En su libro
póstumo Pape Satàn Aleppe —construido
a partir de las columnas que publicaba en el semanario L’Espresso—, está, según su editor,
“la historia de los últimos 15 años, de ahí su subtítulo: Crónicas de una sociedad líquida”. Dice
su editor que hay pasajes que son de una comicidad espléndida, y otros en los
que Eco “analiza la identidad del papa Francisco, al que tenía en gran estima”.
Su publicación se ha adelantado al próximo fin de semana.
La última de las obras de su fecunda carrera, Número
cero, una mirada crítica del gran experto de la comunicación sobre la
crisis del periodismo. La trama de Número cero está ambientada en 1992,
un año clave de la historia italiana por el caso Tangentopolis, y se
desarrolla en la redacción de un periódico en ciernes donde confluyen todas las
plagas que golpeaban el país: la logia masónica P2, las Brigadas Rojas, el fin
de una era y la aparición de otra con Silvio Berlusconi a punto de saltar al
escenario. Eco combatió a Berlusconi —su antítesis total— de forma frontal, pero a quien
le preguntaba si el protagonista turbio de su novela estaba inspirado en el
líder de Forza Italia, le respondía: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi,
adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.
Tras su muerte, tanto políticos como intelectuales
han intentado apresar su personalidad. Según el jefe del Gobierno italiano,
Matteo Renzi, Umberto Ecco fue “un gran italiano y un gran europeo”. Por su
parte, el presidente de Francia, François Hollande, se acercó un poco más al
referirse a él como un inmenso humanista, que se interesaba por todo y que
estaba “igual de cómodo con la Historia medieval que con los cómics”. Como
subrayó Hollande, “nunca se cansó de aprender y de transmitir su inmensa
erudición con elocuencia y humor”.
En cierta ocasión, Umberto Eco dijo: “El que no
lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000
años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. El viernes a las 22.30, en
Milán, frente al castillo Sforzesco, Italia perdió un pedazo de inmortalidad.
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