GIOTTO Y EL CÍRCULO PERFECTO

El papa Bonifacio VIII* quería encargar algunas pinturas para la Basílica de San Pedro y envió a un oficial a buscar al mejor pintor de Italia. El oficial iba visitando a todos los artistas, solicitando un ejemplo de su trabajo para enviar al Pontífice. Llegado al taller de Giotto, le explicó su misión y le pidió una obra que diera al Papa una idea de su competencia y estilo. “Bien,” dijo Giotto. Cogió un papel, metió un pincel en un bote de pintura roja, apoyó el brazo en su costado, y de una única brochada dejó trazado un círculo perfecto. “Allí lo tiene,” dijo, y se lo tendió al oficial con una sonrisa.
“¿Pero sólo esto?” preguntó el oficial. No sabía si Giotto estaba burlándose de él. “Es todo lo que va a mandar a Su Santidad?”
“Es más que suficiente,” respondió Giotto. “Mándelo junto con los otros dibujos y pinturas que le han dado y verá lo bien que se entiende.”
El oficial del Papa cogió el dibujo y se fue, molesto, pensando que era víctima de una tomadura de pelo. ¿Quién se creía ese arrogante pintorcillo? ¿Piensa que los demás somos tontos?
Cuando regresó a Roma, enseñó al Papa el dibujo de Giotto y le contó cómo el artista lo había trazado a mano alzada, sin emplear el compás. El Papa y sus consejeros comprendieron la maestría de aquel gran O y “en cuánta medida Giotto superaba los demás pintores de su tiempo”; y le premiaron con el encargo.

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