Arte y Deporte:
Construyendo la Realidad
Arte y deporte son dos actividades
que se extienden por el mundo y
que incluyen una gran cantidad
de disciplinas dentro de ellas. Ambas
actividades permiten un acercamiento –
habitualmente– fraterno entre los individuos
de todo el planeta de forma periódica. En
torno a grandes eventos deportivos como
las Olimpiadas o el mundial de fútbol, y
alrededor de la gran variedad de eventos
culturales se congregan una cantidad
impresionante de personas de diferente
posición política, geográfica, económica y
religiosa.
Si bien, aún existen prácticas culturales
que podríamos identificar como artísticas
o deportivas específicas de ciertas
comunidades, la expansión de disciplinas
como el fútbol o la pintura de caballete,
han permeado prácticamente en todas las
grandes urbes haciendo de su práctica una
actividad global.
A medida que se van integrando a nuevas
sociedades, cada una de estas actividades
deportivas y artísticas, llevan consigo una
serie de normas que facilita su adopción para
los nuevos grupos humanos. Y es a partir de
la adopción de estas reglas, que podemos
identificar las características que hacen
únicas a estas disciplinas. Por ejemplo,
sabemos que el fútbol se juega con los pies,
no con las manos y que una escultura es un
objeto tridimensional, no un gráfico en dos
dimensiones.
Un problema interesante se presenta cuando
este tipo de actividades se enfrentan a un
nuevo grupo social que por su propia historia
e intereses comienza a modificar las reglas
que impone la disciplina, o bien cuando el
paso del tiempo provoca que las nuevas
generaciones las modifiquen. En este
caso, el deporte ha sabido ajustarse a las
necesidades de cada comunidad o a los
deseos de cada individuo y permite, cuando
se llega a un consenso grupal, la creación de
nuevas disciplinas deportivas. Es así como
surgen continuamente nuevos deportes y
se modifican las reglas de los existentes. El
arte, por su parte, ha transitado por procesos
socio-históricos; los cuales han modificado
las prácticas artísticas tradicionales, pero a
diferencia de lo que sucede en el mundo del
deporte (en el que los cambios son recibidos
sin gran problema), los nuevos medios,
conceptos y procesos artísticos siguen
generando polémica y rechazo.
En lo referente a las transformaciones que
ha sufrido el deporte con el paso del tiempo,
Fernando García Romero destaca que:
En tanto que el deporte moderno es un espectáculo
completamente profano, las competiciones
deportivas griegas se desarrollaban en el marco
de festivales religiosos, de manera que dos
conceptos, deporte y religión, se mantuvieron
vinculados más o menos estrechamente en
la Antigüedad, mientras que actualmente se
encuentran muy alejados el uno del otro (se
ha sugerido incluso que, en algunos aspectos,
el deporte ha suplantado el papel que antaño
desempeñó en la sociedad la religión, como
por ejemplo dar cohesión a la masa social
ofreciéndole un objetivo común, aunque sea
tan poco espiritual como ganar una Liga o una
Copa (García-Romero, 2001).
Siguiendo con esta idea, pero en torno a
las prácticas artísticas, el paso del tiempo
también nos permite encontrar algunas
diferencias. Ya que según Larry Shiner, el
arte para las culturas antiguas, al igual que
el deporte, se encontraba estrechamente
ligado a sus prácticas sociales. Lo anterior
debido a que:
Contemplar las pinturas del Renacimiento
de manera aislada, lo mismo que leer a
Shakespeare en una antología de literatura, o
escuchar la Pasión de Bach en una sala de
conciertos, refuerza la falsa impresión de que
en el pasado se compartía nuestra concepción
del arte como un ámbito compuesto por obras
autónomas dedicadas a la contemplación
estética. Sólo merced a un esfuerzo deliberado
lograremos romper el trance que induce nuestra
cultura y ver que la categoría de las bellas artes
es una construcción histórica reciente que
podría desaparecer en algún momento (Shiner,
2004, pág. 22).
De acuerdo a los planteamientos antes
señalados, podemos advertir que las
disciplinas artísticas y deportivas se han
transformado con el paso de los siglos debido a
procesos históricos, sociales, e intelectuales.
De tal forma que, tanto la idea que vincula a
las bellas artes con la contemplación estética
y la idea del deporte como simple objeto del
mercado son construcciones históricas que
han podido dominar el campo de la historia
de las ideas momentáneamente pero que no
son eternas ni universales.
De hecho, Peter Berger y Thomas Luckmann
defienden la idea de que todo en el mundo
social del hombre es una construcción
producto de la actividad humana. Por esta
razón, estos sociólogos le llaman fenómenos
sociales a todas aquellas instituciones,
idiomas, creencias, roles, etc. que el hombre
se ha encargado de crear con el paso del
tiempo. Según Berger y Luckmann:
El orden social no forma parte de la naturaleza
de las cosas y no puede derivar de las leyes
de la naturaleza. Existe solamente como
producto de la actividad humana. […] Tanto
por su génesis (el orden social es resultado
de la actividad humana pasada), como por su
existencia en cualquier momento del tiempo (el
orden social existe en tanto que la actividad
humana siga produciéndolo), es un producto
humano (Berger & Luckmann, 1986, pág. 73).
A partir de lo expuesto anteriormente, se
destaca que tanto arte como deporte son
dos actividades que forman parte de la
construcción del orden social, y que por esta
razón, han sido producidos, reproducidos y
transformados históricamente como parte
de la actividad humana. Es por esto, que
resultaría difícil sostener que la función o el
quehacer actual de este tipo de actividades
se tengan que limitar a determinadas
concepciones históricas. Sin embargo, es
habitual encontrar en el mundo del arte,
posturas inflexibles que tratan de dictar lo que
“verdaderamente” es el arte, o bien, acotar
los procedimientos y temas “adecuados”
dentro de su práctica.
Al hacer esto, parecería que simplemente
seguimos al pie de la letra recetas
románticas, modernas o contemporáneas.
Como si dichas concepciones hubieran sido
determinadas por supra-humanos, quienes
se encargaron de construir un campo de
conocimiento cerrado en el que nuestro
papel debe limitarse solamente a seguir y
reproducir sus reglas.
Pero si, como advertíamos anteriormente con
Berger y Luckmann, el orden social es producto
de la actividad humana ¿por qué nos cuesta
trabajo comprender que todos los fenómenos
sociales son construcciones históricas
consensuadas y construidas socialmente, y
por tanto susceptibles al cambio?
Lo anterior, se presenta en el momento
en que el hombre ha olvidado que es él
quien construye, da forma y mantiene a las
instituciones. Según Berger y Luckmann
esto es la reificación: “
es la aprehensión
de los productos de la actividad humana
como si fueran algo distinto, como hechos
de la naturaleza, como resultado de leyes
cósmicas, o manifestaciones de la voluntad
divina. La reificación implica que el hombre
es capaz de olvidar que él mismo ha creado
el mundo humano” (1986, pág. 116). A partir
de lo anterior, es que se hace difícil voltear
hacia el mundo y cuestionar las formas o
los contenidos de las instituciones creadas
anteriormente, porque antes de poder
cuestionar, aprendemos a vivir dentro del
mundo y lo asumimos como real.
Según Berger y Luckmann: “
dado que dicho
conocimiento se objetiva socialmente como
tal, o sea, como un cuerpo de verdades
válidas en general acerca de la realidad,
cualquier desviación radical que se aparte
del orden institucional aparece como una
desviación de la realidad y puede llamársele
depravación moral, enfermedad mental o
ignorancia a secas” (1986, pág. 89).
Dentro del mundo del balón también existen
instituciones e individuos interesados en
dictar la manera correcta de hacer las cosas.
Para Jorge Valdano, la relación entre el juego
y el orden se plasma de la siguiente manera:
“
En fútbol todo, incluida la creatividad,
necesita apoyarse en un orden. […] Pero
el orden tiene la vocación de prohibir y
poco a poco irá borrando a los subversivos
que se atreven a imaginarse cosas que no
estaban previamente dibujadas” (Valdano,
1997, pág. 27). Pero agrega también que:
“afortunadamente siempre existen aquellos
jugadores de fuerte personalidad que por no
resignarse a la derrota, rompen las cadenas
del orden y del miedo” (1997, pág. 33). De
la misma forma que en el arte.
Si aceptamos los planteamientos anteriores,
tendremos que reconocer que el mundo en el
que vivimos es producto de nuestras acciones.
Que nuestras creencias son fundamentales
para la construcción de la realidad. Podemos
asegurar, entonces, que ninguno de los
sistemas simbólicos que hemos construido
tiene una vida o un fin independiente, ya que
requieren de individuos y sociedades para
mantenerse y conformarse. En palabras de
Berger y Luckmann: “todos los universos
simbólicos y todas las legitimaciones son
productos humanos; su existencia se basa
en la vida de individuos concretos, y fuera de
esas vidas carecen de existencia empírica”
(1986, pág. 163). En este sentido, también
nos recuerdan que “[…] el mundo, una
vez «asumido», puede ser creativamente
modificado o (menos probablemente) hasta
re-creado” (1986, pág. 163).
De esta manera, reconocemos que existen,
o pueden coexistir, diversas concepciones
dentro de los sistemas simbólicos que
hemos construido históricamente. Y por lo tanto
que “la verdad” y “la realidad” en el mundo
social es un consenso cultural y temporal.
Pero sobre todo, podemos advertir que una
vez “asumido” el mundo en el que vivimos
tenemos la posibilidad de mantenerlo, o
bien, de convertirnos en agentes para su
transformación