A veces una obra es sólo eso
Muchas
veces nos han enseñado que la obra de arte debe tener sentido. Muchas otras, que el arte provoca emociones, remite al
autor y su contexto, nos provee un momento histórico cultural. Marca una época.
Pero ¿qué pasa cuando ni la obra me remite a alguien o algo, ni me provoca
algún sentimiento, incluso cuando no me indica ni siquiera un momento histórico
en particular? ¿estamos hablando de una obra de arte?, ¿en verdad aquello a lo
que nos enfrentamos es estético y se puede interpretar?
Hoy en día los cánones artísticos se han perdido, ya no es el contexto el
que determina si una obra es artística y estética, el pensamiento del juicio
kantiano en relación con sus categorías se ha perdido. No existen más los estándares
del arte clásico; ni si quiera los estándares del arte. Sólo nos quedamos con
la obra.
Pero, entonces ¿por qué podemos verla en un museo?, ¿quién la puede poner
ahí?, en realidad el autor mismo es el que ha introducido este arte a las salas
de exposición, incluso como un sistema de crítica que, finalmente, acaba por
ser absorbido por el mismo sistema y lo muestra como aquello que conocemos como
“arte contemporáneo” y así nace el MoMA en Nueva York o nuestro MUAC en Ciudad
Universitaria.
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