“Manos sin fondo”
Por Mercedes Rodríguez Abascal
A Jorge, mi hijo.
La madre aferra la mano del niño. Caminatas con paso monótono para distraer el recuerdo del hijo muerto. Inútil. En el puente, inmóviles, miran el río correr. Ella, con una caricia discreta, demuestra que lo quiere.
El niño desea llenar esas manos sin fondo.
La madre, en una mecedora, mira sus manos ociosas. Cuando el vacío es insoportable, lava ropa blanca. Talla la ropa contra la superficie rugosa de la piedra, con manos, con cuerpo. La casa enmudece. La gente del servicio se resguarda. El niño espera a que la madre lave el dolor. Él le lleva ungüento para sanar la piel picada. Tomándole las manos enrojecidas, despacio las cura. A cambio recibe una caricia con ropa limpia secándose al sol.
El niño teme ir a la escuela, pasar por el río, no aferrar la mano. La madre teme la partida del niño, pasar sin él por el río, la ausencia de la mano.
El padre ama a la esposa. El niño y el padre compran anillos para llenar las manos vacías. Las manos ensortijadas pesan demasiado.
El niño disfruta las fotos de la madre sin luto, una muchacha de senos y mejillas llenas. Sonriente. Junto a la mecedora le muestra las imágenes. La madre recuerda a la muchacha con vestido rosa.
El niño se hace joven. La madre sigue madre. El hijo muerto no tiene fotos. El joven tiene diplomas y presente. La madre carga dos manos.
La ropa blanca secándose al sol. El púrpura de las jacarandas durante la caminata…El joven suelta la mano de la madre, se siente ángel. Ella, libre, colmada, corre hacia el río.
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