“Una charla con Gabriel Macotela”
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Acompañado de un mezcal,
mira de nuevo el cuadro: Hijo, ya ni me
acuerdo, es óleo sobre papel, está lleno de bolas, me basaba en algo, pero que
ya no me acuerdo, podía ser entre una venus, recuerdo que veía muchas pinturas,
barrocas, clásica, pero algo debe de ser…una venus. Los perros lo distraen
y pregunta para que quiero la entrevista…levanta los ojos al cielo y divertido
dice que le recuerda la anécdota sobre Ortega y Gasset con Dominguín; donde el torero
le pregunta al filósofo —¿qué es eso de la filosofía?— después de escuchar la
erudita explicación y con acento de faena le dice al sabio —hay gente pa’todo.
Cambia el tema y dice
que en la noche fue al funeral de Teresa del Conde: aparte de ser divertidísima, era la última crítica, muchos artistas,
toda la banda. Críticos ya no quedan después de Manrique, Tibol ya murió, ya no
hay quien escriba crítica. Habla
sobre el snobsimo, la pretensión del Arte
Contemporánea, y que la mercadotecnia convirtieron el arte en negocio, y de lo
que le gusta la exposición permanente del “Museo de Arte Contemporáneo” en
especial los cuadros de Bacon, Miró y Tàpies.
Mira de nuevo el cuadro, levanta la mirada al cielo, y
dice: es una sensación rara,
extraña, así empecé a pintar. Cuando
empecé a pintar iba a mi casa Mario Moreno Flores […] me compraba mis primeras
cosas, conocía a Rulfo y le dije que yo quisiera ir a conocerlo. Pasó por mí, y
yo ¡ay dios mío! Rulfo iba mucho a un café en Barranca del Muerto, el Ágora. El
maestro da un suspiro y continúa: Y me
voy con Mario en su cochezote. Rulfo, solo, leyendo en una mesita, ése es como
los dioses, y yo muerto del pánico, y mi amigo le dice — Maestro, este joven
empieza a pintar— y yo nomás me quedaba viendo, y Rulfo me dice a mí —me gusta la pintura, tengo un hijo que le
gusta pintar—, Rulfo me hablaba de usted, esa costumbre de Rulfo, de campesino
hablar de usted. Yo estaba en La Esmeralda; me pregunta —¿es muy bonita su
pintura?— hablaba como sus cuentos —¿qué hace, cómo pinta?— yo que le digo que
pinto a una modelo en el salón de clase, y él me dice — lo de ser modelo que
extraña profesión.
De ahí comienza a
platicar de una indígena que era la modelo de Zúñiga: todas sus esculturas son a partir de esta modelo, una indígena maya,
una señorona tremenda. La señora llegaba, y nosotros no sabíamos que era tan
famosa, también fue modelo de Ricardo Martínez. El primer año nos daba pena
verla desnuda, era como una venus, platicaba con el maestro mientras la pintábamos.
Luego la modelo vivió muy bien porque le regalaban sus dibujos posando. Estábamos chavos, nos poníamos chiviados
(ríe franco y se disculpa de no tener un diente) continúa: Total, esa tarde con Rulfo, yo me quedaba viendo al autor del “El llano
en llamas” que me decía—sígale usted pintado—Me fui iluminado de haberlo
conocido, amabilísimo. Se muere, yo fui al funeral en Bellas Artes, y luego me
hice amigo de Pablo Rulfo; es como él, muy introvertido, pinta, me encanta lo
que pinta, no lo muestra, y he visto unos cuadros muy rufianos. También
habló de los oaxaqueños: Don Andrés Henestrosa y Toledo. Riéndose cuenta sobre su cuadro en el “Hotel
Saint Regis” donde lo estuvieron buscando porque la señora Yoko Ono lo quería
conocer, pero él no usa celular y no lo contactaron, y con una franca carjada
dice: mi grupo de rock se llama “Los
enemigos de los Beatles”
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El Maestro se despide, con gran humildad firma de nuevo el cuadro de su juventud.
Por: Mercedes Rodríguez Abascal.
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