El túnel de la soledad: sobre el libro de Ernesto Sábato

Leyendo el libro de “El túnel” de Ernesto Sábato, me suergieron algunas reflexiones al respecto. Primero, me parece que se presenta la imagen del túnel como una representación de la soledad nacida la experiencia de un cerrarse de posibilidades. Entiendo esto al analizar la imagen de un túnel, éste se caracteriza por estar carente de luz, y si no se encuentra salida también puede tener carencia de comunicación. El protagonista de la obra, Juan Pablo Castel se encuentra en un túnel, está sólo y a oscuras. Necesita de manera apremiante luz y comunicación. Porque el ser humano no puede desarrollarse de esta forma.
Por su personalidad peculiar que es una persona sensible a los valores espirituales, es introvertido y reflexivo, parece ser que enfoca de una forma casi enfermiza en su introspección, en su cálculo de las relaciones humanas y casi una especie de superioridad frente a los demás que se le antojan un tanto superficiales y banales. La percepción predominantemente negativa de su entorno le reduce la capacidad de relacionarse y por consiguiente, en su capacidad de experimentar alegría por los acontecimientos incluso positivos que le acaecen. Utiliza su gran capacidad de análisis y la profundidad de su reflexión para hacer más complicadas y calculadas sus relaciones cuando en el fondo, lo que predomina es el miedo ante el otro.
La inseguridad que todos experimentamos, él la enfrenta replegándose sobre sí mismo, calculando exhaustivamente cada detalle de su vida y relaciones para garantizarse un poco de control sobre las mismas. Pero esto le impide arriesgarse sencillamente y aprovechar cada momento como viene. Esta forma de relacionarse consigo mismo y con los demás potencia diferentes tipos de obsesiones y neurosis. Al fortalecerse estos elementos en ciertos aspectos de su personalidad se genera una especie de relación con su entorno que subraya el lado negativo de la realidad. Eso genera falta de esperanza y la vida se enfrenta así de esta forma con desánimo. La esperanza es una virtud que permite alegrarse en el presente ante la perspectiva del futuro. Su falta produce una tristeza mortal.
En esa esperanza de comunicación abre una posibilidad, la ventana en su cuadro con la mujer mirando hacia el mar. Ese cuadro no muestra este elemento de modo evidente, es más casi nadie repara en este detalle. Esto lo hace como un deseo de ser comprendido de establecer una comunicación al igual que el haber escrito la justificación de su asesinato. Estas ventanas que abre no las abre de modo claro y evidente porque desea que sólo un espíritu parecido al suyo logre entrar en comunicación con él. Encentra esto en María quien entiende de una forma distinta este cuadro. Y aquí toma una actitud de posesión en el que al mismo tiempo que desea poseer desea ser poseído. Para adquirir así su seguridad fundamental. María es casada, y aunque le corresponde, no lo hace completamente. No comparte el alma. Se entregan a una serie de relaciones a escondidas en las que, compartiendo el cuerpo, se abstiene de compartir el alma. Esto lo “leo” en que no es totalmente abierta con él. Desde un inicio se muestra su ambivalencia. María se entrega a una relación, como quien es arrastrada en el vértigo. Pero no se deja arrastrar con toda su persona. Ella muestra resistencia, comparte su intimidad física, pero no toda su intimidad interior. En la obra se echa de menos una clarificación por su parte de las acciones. Esto puede ser causado por la forma en que Castel se comporta con ella en el trato que le da como, de manera que se puede interpretar que la considera un medio para sus fines. En su comunicación no genera un espacio de confianza que permita la apertura de su alma. Ella no se entrega por completo, no toma en ningún momento la decisión de dejar a su esposo ni sus otras relaciones con otros hombres para entregarse a Castel. El amor de pareja exige una cierta exclusividad. Y en María está claro que esto no forma parte de sus intenciones. Esto es percibido por Castel, por ello se da cuenta de que no está consiguiendo poseerla completamente, y eso le perturba. Percibe que la comunicación de cuerpos no acompaña a la comunicación más profunda del alma que se da cuando hay una verdadera compenetración. En María, Castel, encuentra un rayo de luz en su túnel de soledad, pero se aferra a esta especie de luz con todas sus fuerzas y busca de dónde proviene esta luz con todas sus fuerzas e intenta retener este rayo de luz que entrevé como su salvación, con toda su energía. El problema es que su incapacidad de comunicación no se debía a que nadie podía entenderlo, sino a que no consideraba a nadie digno de esa comunicación. Se encontraba en un túnel que había creado él mismo y que lo seguía alimentando. Su espíritu se encontraba cerrado. Sólo comunicaba mediante su arte. Pero no deseaba mantener esta comunicación con quienes se interesaban por él, porque no lo hacían de la manera que él quería. La verdadera apertura pide aceptar la alteridad. No me puedo comunicar exclusivamente con quienes me complementan de manera natural. Tengo que comunicarme con el otro como es y no sólo como desearía que fuera. Abrirse al otro implica salir de la zona de lo “seguro”, de lo controlable y encontrar en esta apertura un misterio que no se posee, sino se admira, se contempla. Y cuya reciprocidad también está en el ámbito de lo “inseguro”. Pero salir de este túnel implica mucho más que entrar en relación, implica hacerlo de la forma adecuada, de modo que realmente se establezca un puente entre las diferencias que nos “separan”.



Las pasiones en el arte barroco


Las pasiones en el arte barroco


El estudio de las pasiones data desde el siglo IV existen tratados sobre las pasiones: “Los maestros espirituales de los primeros siglos del Desierto Cristiano, los llamados «Padres del Desierto», después de años de observación y de práctica espiritual, nos legaron varios «métodos» para purificar nuestra mente y llegar a un estado de paz y tranquilidad, con el fin de prepararnos para el camino espiritual” (Leandro, 2015). Lo importante aquí es la lucha contra los obstáculos que impiden a la persona el progreso interior. Evagrio Póntico y Juan Casiano hacen un elenco de ocho “logismoi” que son pensamientos, vicios, tentaciones o impulsos que turban la mente en el camino espiritual. Estos son descritos como: avidez o gula, fornicación o lujuria, codicia o avaricia, tristeza o angustia, ira o aversión, acedia, vanidad y orgullo. Estos pensamientos pueden convertirse en deseos y en pasiones, pero esta lucha permite a la persona ser libre de ataduras que impiden desarrollar mejor la vida y crecer en la vida del espíritu.
Hacia finales del S. XVII Le Brun realiza unas conferencias con el título de: Conférences sur l’expression des passions. LeBrun colabora con Luis XIV y como director de la Academia de Pintura y escultura supervisa casi todas las obras pictóricas encargadas por el rey: «Lo que perseguía Le Brun era establecer un catálogo de las pasiones, definirlas morfológicamente y explicar cómo se deben dibujar» (Bellés, 2009). Propone esto al servicio de la pintura como una manera en la que el alma se refleja en el cuerpo y en su famosa conferencia busca explicar con detalle cómo se deben pintar cada una de las pasiones o emociones. Con una clara influencia de Descartes busca mostrar no sólo su apariencia externa sino sus consecuencias fisiológicas, “pues Según Descartes, los «espíritus» son átomos invisibles que circulan por las venas y los nervios desde la periferia del cuerpo hasta la glándula pineal, en el centro del cerebro. Como el rostro es la parte del cuerpo más próxima a la glándula pineal, es natural que sea la que más pronto y más claramente reacciona a la emoción, de manera que cejas, boca, ojos, sobreceja y nariz sean los vehículos de expresión más inmediatos”. (ibídem) Su aproximación al tema de las pasiones no toma en cuenta la moralidad de las mismas, ni propone un método para hacerlas formar parte de la construcción del ser humano, aquí su función es primordialmente descriptiva. Y hace esta descripción desde sus características fisiológicas.


La admiración (izquierda) y el horror (derecha), de Charles Le Brun, grabados por Jean Audran. / Imagen extraída de Charles Le Brun y Jean Audran, 1772. Paris.

El renacimiento en su deseo por mostrar la perfección del cuerpo humano desde su estudio por los cánones clásicos ve un cambio de mentalidad en el hombre y sobre todo en los artistas en un intento de encontrar una humanidad más real. “El hecho más importante que determina el leve proceso de transformación del manierismo al barroco se concreta en las pasiones del alma, si bien el manierismo ya comprendía situaciones en donde el ser humano era más que un perfecto estudio de los cánones clásicos, el barroco comenzó a entender el detrás de esos cuerpos. El naturalismo barroco es un fiel testimonio de esta transformación del ser humano (Dántola, 2014)
La pintura es un fiel testimonio de los cambios que se operan en las mentalidades, esta vuelta a sí mismos y la reflexión sobre lo que sucede en el interior del hombre lleva a la reflexión sobre las pasiones. En muchas de las pinturas religiosas que predominan en el barroco, es de notar que, en medio de los pasajes bíblicos, no solo se pretende una descripción externa del pasaje mediante personajes idealizados, sino que remonta al espectador a su propia experiencia interior mediante la expresividad de los personajes involucrados en las escenas. Con su característica teatralidad y diferentes manejos de la luz, con su forma de pinar posturas corporales forzadas, con escorzos y rostros con emociones reales, mucho menos idealizadas y más cercanas, incluso algunas desafiantes. El arte del barroco entra en un diálogo con su interlocutor buscando provocar una respuesta. Ya no es un arte para admirar desde lejos, sino es un arte que toca el interior de la persona, le remueve por dentro y conecta con la interioridad, con las emociones de la persona que lo mira. Es una especie de espejo de sus propias emociones, pasiones, sentimientos, pensamientos ante los que se puede sentir interpelado.
Este hombre moderno, busca descubrirse a sí mismo, y encontrar una forma de hacer esto en el arte, especialmente en la pintura, pero no exclusivamente, pues la música se hace eco de esta necesidad humana y va conectando cada vez más con su sensibilidad. Siendo ésta por naturaleza cambiante y a veces caprichosa y menos “clara y distinta”. A este hombre es al que busca reflejar en su arte.

III.              Clara Peeters y su Vanitas


Vanitas, Clara Peeters 1594, óleo sobre tabla, 37,2 x 50,2 cm, Museo del Prado

Es una obra analítica llena de detalles mostrados de forma magistral y minuciosidad en sus joyas, orfebrería, su reflejo. Un juego de luces y sobras colocando la iluminación en el rostro, de la que muy probablemente es la autora de la obra.
Con claridad se muestra aquí este intento por reflejar el interior de las personas. En Clara Peeters en su Vanitas, se muestran ejemplos de estas pasiones del alma antes mencionadas y lo pasajero del mundo. La vanidad, representada en su vestimenta y arreglo personal y en las flores, que muestran unas en su plenitud y otras marchitas, también simbolizan la fugacidad de la belleza. Los demás elementos en el cuadro como el dinero tirado, puede ser representación de la avaricia. La burbuja como lo efímero de todo lo que está plasmado en el cuadro. El desorden, los objetos tirados y no colocados la contingencia de los bienes humano y de su propia existencia. Y que detrás de las apariencias el interior del hombre, sus verdaderas aspiraciones no se satisfacen totalmente con lo temporal.
El arte, sobretodo en esta época, hace referencia a este elemento presente en el ser humano y lo exalta. al hacer esto nos muestra partes que "estando ahí" no hemos mirado suficientemente. y esa es la magia del arte, que en su expresividad nos permite entendernos.

El encuentro mísitco: Bernini, El Éxtasis de Santa Teresa.


El encuentro mísitco: Bernini, El Éxtasis de Santa Teresa.


El Éxtasis de Santa Teresa, Gian Lorenzo Bernini, (1645-1652), Mármol, Iglesia de Santa María de la Victoria, Roma Italia
Dentro de las muchas experiencias de espiritualidad compartidas por Sta. Teresa, una de las que más me llama la atención es la de la oración extática. Cuando se habla de un estado de Éxtasis o de embriaguez en el espíritu los autores de vida espiritual se refieren a uno de los frutos de las etapas más altas o de los estadios de mayor unión con Dios, de manera habitual en la vía unitiva. Según estos autores, no es frecuente que este fruto se encuentre en las etapas iniciales o incipientes del recorrido en la vida espiritual. Para Santa Teresa esto se da después de la quinta morada (quien divide la vida espiritual en siete moradas, a diferencia de los demás que generalmente establecen tres), Sta. Teresa dice a este respecto: “Da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña, que no sabe entender qué es”. (Martin, 2013, pág. 406) Santa Teresa describe este júbilo y alegría que no enajenan los sentidos, sino que tal es el gozo que la persona se olvida de sí y de todo lo demás que no sea Dios.
Cuando se habla de la embriaguez del espíritu esta embriaguez o júbilo es un signo del encuentro con Dios en su Espíritu. San Bernardo dice de esta experiencia: “ Si alguien en la oración recibe el don de salir de sí mismo y de introducirse en los divinos misterios de donde regresa en seguida ardiendo totalmente en amor divino y abrasándose en el celo de justicia, y fervorosísimo en todos los oficios y ocupaciones espirituales hasta el extremo de poder decir: El corazón me ardía por dentro y meditándolo me quemaba (Sal 39,4)” (Martin, 2013, págs. 408-409). Son experiencias de una íntima unión con Dios y un don de la confirmación de su presencia que necesariamente debe confirmarse con una vida de caridad constante.
Esta obra expresa el momento en el que Sta. Teresa recibe el don místico de la transverberación, que se refiere a una herida espiritual en el corazón otorgada como señal del amor de Dios a la persona que lo recibe. Se basa en la descripción que hace la misma Sta. Teresa en su Libro de la Vida.
Los rayos de luz como expresión del Espíritu Santo como si el cielo se abriera paso a la tierra en ese momento. Aquí se expresa con la teatralidad propia del Barroco este momento culmen de unión de la santa con su Esposo místico, en la que es traspasada con el fuego sobrenatural de su amor.

Bibliografía:
Martin, R. (2013). El cumplimiento de todo deseo. Madrid: Estudios y ensayos BAC espiritualidad.


Narciso y la mediación del otro en el conocimiento de sí.

Narciso, Caravaggio (1597-599), óleo 110 x 92cm, Galería Nacional de Arte, Roma Italia
Esta experiencia de la búsqueda del conocimiento personal se ve reflejada en el arte, que desde su ámbito busca reflejar estos cambios en la visión del hombre de sí y su capacidad representativa muestra nuevos elementos: “El espejo comparte, con el arte de la pintura, un énfasis en el valor de la imagen, la semejanza y la simulación, esto se entrelaza con el tema de mirarse a uno mismo. Las artes visuales son inseparables del uso del espejo (Melchior-Bonnet, 2014, pág. 3)
En esta representación del famoso mito de Narciso, proveniente de las Metamorfosis de Ovidio, se nos presenta la imagen de un joven enamorado de sí mismo que se pierde en la contemplación de sí. Caravaggio hace uso de una composición simple para pintar este tema. Empleando figuras grandes, provoca una gran cercanía con el personaje y cierta espontaneidad. Es una figura de tamaño semi-natural, como suelen serlo sus pinturas. “El lienzo está limpiamente seccionado en dos mitades, constituidas por el hermoso Narciso, que describe con su cuerpo una figura geométrica rectangular casi perfecta, con un arco de luz constituido por sus brazos, cuello y rostro, equilibrado con el destello central de la rodilla. En la mitad inferior le responde con armonía el reflejo del joven, más atenuado, perdido en el estanque, significando la fatuidad y lo superficial de la belleza física, no más estable que el reflejo trémulo de la superficie del agua”. (Arte Historia, 2008)
El mito refleja que la búsqueda del conocimiento de sí mismo tal y como pide el principio délfico, requiere separarse de la imagen de los reflejos comunes, sea un espejo, un reflejo, una apariencia, para descubrir detrás de eso la propia imagen del alma (Melchior-Bonnet, 2014, pág. 105). Resalta detrás de la pura vista de la propia imagen la mirada que muestra los lugares más profundos del ser humano. Como reza el dicho “nadie es buen juez en su propia causa” esta imagen no puede ser exclusivamente auto-referencial, requiere de la confirmación de los demás. El mito de Narciso nos recuerda en una enseñanza vital “Él fue castigado por Némesis por haber despreciado el amor de Echo, por haberse negado a la mediación del otro en la construcción de uno mismo (Melchior-Bonnet, 2014, pág. 106).
Este progresivo descubrimiento del yo, que en esta época toma unas características particulares, orienta la mirada hacia sí, hacia la propia conciencia, hacia la verdad no desde su aspecto objetivo sino desde las propias categorías mentales, nos remite a lo externo para mirar hacia dentro y nos cuestiona sobre la propia capacidad de este conocimiento para llevarnos a una verdadera construcción de nosotros mismos en relación con los demás.

Bibliografía



Arte Historia. (mayo11 de 2008). Obtenido de https://web.archive.org/web/20080511204834/http://www.artehistoria.jcyl.es/genios/cuadros/2252.htm

Duby, P. A. (2001). Historia de la vida Privada (Vol. 3. Del Renacimiento a la ilustración). (M. C. Montero, Trad.) Madrid: Taursminor.

Melchior-Bonnet, S. (2014). The Mirror. (K. H. Jewett, Trad.) New York: Routledge.




El arte en su extra-temporalidad o en su fugacidad

La fascinación de lo efímero con lo inmortal, o de lo pasajero con lo duradero atraviesa el alma humana en dos direcciones: el anhelo de inmortalidad, de perpetuación y el deseo del goce inmediato pero efímero. Son dos aspiraciones no necesariamente contrapuestas, pero que en determinados momentos y circunstancias exigen una elección excluyente. En este sentido el propósito del arte (si es que lo tiene) es directamente cuestionado por este dilema. Comenta Zigmunt Bauman: “¿Conseguirá el arte ser la última muralla defensora de la inmortalidad, de una inmortalidad deconstruida con ahínco y gozo por las fuerzas conjuntas del consumo y los postmodernos buscadores de sensaciones?” (Zigmunt Bauman, 2007, pág. 24). Y podría añadírsele la cuestión sobre si el arte debería someterse a las demandas del mercado como menciona Ilinca con ironía en su artículo: “Queda no obstante el dilema entre, por un lado, la aceptación de los mecanismos del mercado con la esperanza secreta de que, por la crítica continua, él se autorregulará y por otro lado, el retiro orgulloso de este espacio maloliente” (Ilian, 2013, pág. 8).
Podemos ver en contraste dos culturas, en la cultura antigua y en la moderna. De la antigüedad tomamos como referencia la civilización egipcia y de la cultura moderna tomaremos como referencia el Pop Art.
La idea religiosa de eternidad en el arte egipcio consta por representaciones artísticas: pictóricas, escultóricas, arquitectónicas. Dichas obras reflejaban de alguna forma este deseo y creencia de eternidad, que se pone de manifiesto en los ritos funerarios. La figura del faraón, que para ellos representaba un dios sobre la tierra, muestra esto de manera particularmente grandiosa desde sus cuidadosos entierros hasta sus famosas pirámides, cuya función era para dar sepultura. Se buscaba que después de su muerte, éste siguiera existiendo para siempre. No resultaba suficiente con el cuidado que ponían en los entierros para la conservación de su cuerpo, además pidieron a los escultores que labraran el retrato del faraón en un imperecedero granito, que aunque esta escultura no estaba hecha para que los ojos humanos pudiesen contemplarla, de alguna forma ayudase a revivir el espíritu a través de la imagen (E.H., 1999).
En contraste, tenemos en la época moderna alrededor de los años cincuenta, el considerado Arte Pop, cuyo principal representante Andy Warhol reproduce, elementos cotidianos, perecederos, productos de consumo, personas individuales o representadas de “forma masiva”, o usando imágenes religiosas mezcladas con marcas comerciales. Como él mismo diría en una entrevista que la gente aprecia este tipo de arte porque “Parece algo que ellos conocen y miran diariamente” (Anonimo, 2012). Warhol prefiere no dar interpretaciones de su arte como comenta en el artículo ya citado: “El Arte Pop es innegablemente ambiguo, y resulta igual que con el Artista Pop Andy Warhol. Él ha dicho que prefiere mantenerse en el misterio y que nunca divulgará su fondo” (ídem). Este es un tipo de arte que refleja un aspecto de la postmodernidad como sociedad de consumo, sin embargo no es lo único que busca expresar, pues en concreto en Warhol, se pueden encontrar diversas lecturas de sus obras, incluso algunas de índole espiritual o religiosa, sin embargo este ensayo se centra en esta manifestación artística desde el punto de vista de una sociedad de consumo. Al puntualizar este aspecto de la sociedad, se puede aclarar que se toma el concepto consumo desde el punto de vista de la “liquidez” a partir  de la concepción de Bauman de este término. Explica el significado que le da al término “modernidad líquida” en el arte postmoderno:
 “Cuando el tiempo fluye pero no discurre, no se encamina. El cambio es constante y ya no hay una conclusión: una secuencia incesante de nuevos inicios donde, como ya dijo Metzger hace años, la destrucción final del objeto está ya incorporada a él desde su concepción”. (Zigmunt Bauman, 2007, pág. 41).
Cuando se habla del arte en su misterio y de cómo produce en nosotros esa fascinación, cuando vemos obras permanecer en el tiempo y su capacidad de seguirnos inspirando, sorprendiendo, se puede observar que hay algo que sigue siendo vigente: su humanidad y su capacidad de decirnos una y otra vez las mismas cosas de formas distintas. Alguna vez escuché en una conferencia que el artista era aquella persona dotada de tal sensibilidad, que era capaz de plasmar el momento histórico que estaba viviendo y transmitirlo a las generaciones posteriores. En ese sentido el artista es un testigo del mundo que le ha tocado vivir y deja constancia de ello. Sean cuales fueren las intenciones del autor, vender, deseo de perpetuación personal, lo que sí creo es que el tiempo hace una buena criba manteniendo vigentes las obras que tienen algo que decir y resultan elocuentes, inspiradoras y desechando las que no. Manifestaciones artísticas han existido muchas, y el tiempo no hace honor a todas. También creo que el valor de la obra radica en su capacidad de comunicar un mensaje al destinatario de su arte, que este mensaje en su belleza eleve la cotidianidad de una vida, a las aspiraciones más profundas del hombre y no sólo a los deseos más impulsivos e inmediatos. Estamos en una época tan carente de referencias, en la que (sobretodo muchos artistas) rechazan los cánones, en la que algunos deciden romper abruptamente con el pasado y crear algo desde cero. Por eso es importante que el arte no rompa la continuidad de la existencia y que sepa situarse en el lugar que le corresponde. Algunas obras serán consideradas arte y otras no, y me parece que permanecerán aquellas que dejen una huella mayor en el espíritu humano, y no necesariamente las que fueron mejor cotizadas.  

Estamos siendo testigos de una generación que no considera sus raíces que vive para la sensación del momento, “una época que sustituye el patrón oro de la fama, por la circulación fiduciaria de la notoriedad” (Zigmunt Bauman, 2007) es incapaz de crear algo duradero, no desechable. Sin embargo esta característica generalizada de la postmodernidad no es la única cara de la moneda y siempre habrá una opción distinta para quien no se conforme con una existencia fugaz, que transita en ese intento desesperado por acumular emociones, pero que ni todas juntas logran dar un sentido a la propia vida. Esa opción distinta lleva inscrita una garantía de eternidad para “aquellos espíritus” que no dejarán de vivir aun cuando la vida acabe.

La Gran Pirámide de Guiza, H. 2613-2563 a. C.

Andy Warhol, Campbell's Soup Cans, 1962, Pop Art, pintura en poliéster en sintético en treinta y dos lienzos, cada uno 50.8 x 40.6 cm, MoMA Museum


Bibliografía


Anonimo. (2012). A Spiritual Buisness Artist. Currents of Encounter, 37.
E.H., G. (1999). La Historia del Arte (15a edición ed.). (R. S. Torroella, Trad.) México, D. F., México: Diana.
Ilian, I. (2013). ¿Se acerca el apocalípsis cultural? Tres pespectivas hispánicas. Universidad de Oeste de Timisoara, 9.

Warhol, A. (1975). The Philosophy of Andy Warhol (From A and B and Back Again). Orlando: Harcurt.
Zigmunt Bauman, e. a. (2007). Arte, ¿líquido? Madrid: Sequitur.


Dostoievski: un gran conocedor de la interioridad humana


Dostoievski: un gran conocedor de la interioridad humana

        “Sólo temo una cosa, no ser digno de mis sufrimientos”
F. Dostoievski
           ¿De dónde surge la visión tan penetrante de la interioridad humana en Fiódor Dostoyevski? Entendiendo por “el mundo interno del ser humano”: sus emociones, sus motivadores, su inconsciente (aunque Dostoyevski no conocía este término aún), sus ilusiones y miedos, su locura y su lucidez, su espiritualidad y su incredulidad, y toda esa gama de contrastes en los que el ser humano hayas su luchas y contradicciones más secretas, y al mismo tiempo, las más evidentes. Es justamente, desde mi perspectiva y desde este análisis, una de las más grandes aportaciones que ofrece la escritura de Dostoievski. Este conocimiento de “el espíritu humano” es fruto del propio conocimiento de sí, de su observación atenta al mundo que le rodeaba, y de su lucha interna por conservar la fe. Todo esto, fraguado en la ardua escuela de la soledad y el sufrimiento de su propia vida, le convirtieron en esa persona de visión profunda, e hicieron fructificar su obra de modo que fuera una aportación y profecía para los tiempos venideros. Al mismo tiempo que es hacen que la obra siga siendo vigente para todos los que entran en contacto con ella.
            Esa misma soledad, no repelida, sino asumida sacaron lo mejor de sí también porque su espíritu, fue capaz de no dejarse vencer por esas adversidades, sino de fortalecerse en ellas. Los reveses que la vida le trajo, pero también los de su debilidad propia, le permitieron cuestionarse y cuestionar a su época y a la nuestra en los grandes dilemas del hombre, el crimen, el sufrimiento, la soledad, el aislamiento, los vínculos, la fe, la religiosidad, la santidad, el pecado, la culpa, la moralidad de los actos, la relación con una sociedad cambiante y las posturas que se pueden o se deben tomar al respecto.
            Su vida, de alguna forma nos inquiere sobre nuestra propia vida, nuestra personal capacidad de reflexión sobre ella, incluso la posibilidad de justificar nuestros actos. Primero nos sumerge en la realidad y su miseria para después sacarnos de ella con la locura de sus personajes, sus confusiones y alucinaciones. Con sus obsesiones y excesos, con sus virtudes y sus vicios. Y nos da la posibilidad de encontrar las respuestas, desde el ámbito de la fe, a las preguntas que todo ser humano se hace.

El encuentro en El Principito

El encuentro en El Principito



Antoine de Saint-Exupery nos deja una de las más entrañables historias que tocan el alma. Tomando la parte del encuentro entre el Principito y el zorro, hago estas reflexiones. La profundidad del encuentro entre dos personas está muy bien ejemplificado en este relato. Primero nace de una necesidad: “¡Estoy tan triste!...” el Principito experimenta que tiene necesidad de compañía. Que no se basta así mismo existe algo en el otro que él no tiene.
El Zorro coloca una condición, crear un campo común de juego: “No puedo jugar contigo —dijo el zorro—. No estoy domesticado”. El encuentro es una relación en la que ambas partes se comprometen con el reto que implica encontrarse. No es algo espontáneo, requiere la voluntad de estar dispuesto a asumir una actitud de generosidad con la dosis de renuncia y sacrificio que contiene. Porque “crear lazos” comporta un riesgo ya no soy sólo yo y mis necesidades estamos enlazados. Implica el riesgo de sufrir como de hecho sucede al final del relato cuando se tienen que despedir, si no hubieran creado los lazos no dolería, pero ese riesgo tiene una ganancia mucho mayor que la pérdida. Sólo el haber amado da plenitud y sólo el amor es lo que queda al final de la vida. Como comenta al decir “-Sí - dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros”. Cuando no hay amor el otro es sólo “otro” su existencia me es indiferente, su persona no me aporta nada, si nunca hubiera existido mi vida sería exactamente igual. “Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...” es el amor lo que individualiza, lo que da la marca de especial. Lo que da el color sobre el fondo gris. Pero la vida sin ese color no tendría sentido.
Al reflexionar sobre la grandeza del encuentro el Zorro implora: “¡Por favor... domestícame!”. La actitud de generosidad a la que antes se aludía implica darse el tiempo, dar tu tiempo para conocer. Al inicio el Principito se resiste: “—Bien lo quisiera —respondió el principito— pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-”. Como el mismo autor de esta obra comenta en otra “que sólo puedo comprender aquello a lo que me uno” o que “sólo conozco aquello que amo”. Sólo cuando se comienza a amar a alguien o a algo soy capaz de descubrir la belleza que posee. Si no se involucra el afecto al conocer se pierde gran parte de la riqueza que se presenta a los ojos. Pero si no se da el tiempo… si las prisas, el ritmo acelerado me impiden acercarme a las realidades más valiosas, me pregunto si podría llamarse vida aquello que sólo transcurre sin dejar una huella profunda. No será acaso sólo existencia, activa, productiva, pero sólo existencia y no digna de llamarse vida. Cuando el poeta Argentino Martín Fierro anota “ama todo cuanto vive: y de Dios vida se recibe y cuando hay vida hay amor” sólo se vive cuando se ama. Y considero que aquí se encuentra el ordo amoris (el amor ordenado) cuando se es capaz de poner en primer lugar el amor.  Cuando el Zorro se queja de que “Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!....” se queja de que los hombres quieren las cosas sin esfuerzo, sin lucha, que por eso no se tienen verdaderos amigos. Porque como comenta Aristóteles “la amistad sólo se da entre personas virtuosas”. Claro, hablando de verdadera amistad, no de lo que superficialmente se entiende por la misma.
Es magistral la siguiente expresión del fruto del encuentro: cuando el Principito al descubrir lo que es un verdadero encuentro no admite falsas representaciones: “—El principito se fue nuevamente a ver a las rosas: “No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún —les dijo—. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
—Y las rosas se sintieron bien molestas.
—Sois bellas, pero estáis vacías —les dijo todavía—. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado (…) Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (…) Puesto que es ella la rosa quien escuché quejarse, o alabarse, o aún, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa”.
Después comenta más a delante: “El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”. El otro es valioso para mí porque le he dedicado lo que tengo, mi tiempo y lo que soy… la paciencia de ir todas las veces a la misma hora a acercarse sin avasallar, sin imponerse. El saber escuchar, el aceptar al otro como es requiere virtud requiere saber esperar y salir a buscar.
Termina diciendo: “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Las realidades más valiosas son las que son capaces de llevarnos a nuestro interior.

Los silencios del alma

Los silencios del alma
Entrevista a la Pintora Beatriz Simón
"A los doce años pintaba como Rafael, pero me llevó toda una vida para aprender a pintar como un niño."  Pablo Picasso 

¿Cómo nace un pintor? Podríamos respondernos, que nace como todos los demás, pero la pregunta va más allá: de dónde nace la inquietud, la inspiración para trasmitir un mensaje por este medio. Después de un breve encuentro con la pintora y artista plástico Beatriz Simón pude abrir una puerta que me permite comprender y dar respuesta a estas preguntas desde su personal visón como artista. cuando se le pregunta sobre los inicios: “Es algo que traía desde chiquita, fui autodidacta, éramos nueve hermanos y era muy difícil que nos llevaran a clase. Pintaba todo, muebles, paredes, ropa” sin embargo más tarde el deseo de aprender más sobre la técnica de la pintura la llevaron a estudiar sobre el tema: “Para descomponer tienes que saber componer. Como decía Picasso: «A los doce años pintaba como Rafael, pero me llevó toda una vida para aprender a pintar como un niño»."  En esta agradable conversación Beatriz decía que lo importante es rescatar esa vida interior, perder el miedo y atreverse a jugar. Algo que yo interpreto en esta frase de Picasso como liberar a ese niño interior o nuestra más pura esencia, para dejarla fluir en el arte. 
Al entrar en el tema de la inspiración, entendida como la fuente que es la vida oculta de sus cuadros, aquello con lo que el espectador dialoga, Beatriz comentaba: “Me inspira la vida. Me gusta profundizar en los valores humanos. Estamos saturados de información negativa sobre la humanidad y sobre lo que pasa en el mundo, destaca el amarillismo y el morbo, es la parte fea del ser humano y yo soy una fiel creyente de la parte buena del ser humano. Trato de expresar de una manera muy contemporánea, con mucha fuerza, con mucho color, el alma humana.” La creatividad viene de la interioridad del alma humana, de ese contacto con nosotros mismos. Y la importancia de darnos ese espacio en una realidad donde no tenemos tiempo para pensar y en la que los medios de comunicación intentan pensar por nosotros.
Respecto a su modo de pintar, Beatriz platicaba sobre la importancia de no hacerlo desde la parte cerebral, pero por lo menos al inicio: “Quito todo control, lo que es cerebral, a veces volteo de cabeza el lienzo, a veces de lado, a veces con manchas. No me gusta la monotonía, porque mata la creatividad. Al inicio no sé qué voy a pintar hasta después que comienzo el cuadro” comenta que después que deja salir esta parte equilibra los colores, las formas, el trazo, saca la forma de los cuerpos.  “Es mi manera personal de trabajo, porque si empiezo con lo cerebral ya no tengo como deshacer tanto control”
Sobre una de sus últimas exposiciones: CASI NADA (POEMASS) SILENCIO DEL SER, es su más actual exposición y comenta en unas líneas el sentido de este trabajo que nos muestra la experiencia de donde provienen sus trabajos: “la importancia de habitar la nada, de despojarnos de todo, ahí nacen los silencios del ser. En mi vida aprendía despojarme de muchas cosas”. Ella extrae también el sentido de su trabajo de su personal experiencia de la vida y aquí anota: “Experimentando la nada encuentras el sentido del todo. Al llegar a esos precipicios a los que te expone la vida, al sentir el vacío, te conoces. Sólo puedes conocer tu interior cuando te pone a prueba la vida”.



Resumo esta  entrevista citando sus palabras: “He encontrado que ahí (en el arte) es mi lugar. Mi aportación se encuentra ahí. Los cuadros lanzan un diálogo. He encontrado mi misión aquí. El arte siempre dialoga con una parte interior tuya, hay un diálogo de almas, que no siempre se comprende, pero sucede”.

Ver la Luz



Ver la Luz

El autor del libro “La luz del Icono” Bertrand Davezac, nos ofrecen en el artículo “Ver la luz” una valoración teológica e histórica de la representación de las imágenes en el cristianismo. Bertrand es un historiador del Arte, procedente de Francia y colabora como Miembro “DaCamera Society de Houston” (formando parte de la mesa directiva desde 1988). Nació el 27 de abril de 1930 en París Francia, es Doctor en Filosofía por la Universidad de Columbia y Jefe curador de “The Menil Collection”. Ha publicado además otros libros como “Iconos Griegos Después de la Caída de Constantinopla” y “Después de la caída de Constantinopla” (1996).
Este estudio aporta una perspectiva original que permite comprender el sentido y el significado del arte iconográfico en el periodo Medieval dentro del contexto del cristianismo, y más específicamente en oriente (en donde se desarrolló con mayor amplitud el arte iconográfico), así como los conflictos derivados de este tipo de representaciones. Mismos que obligaron a una profundización teológica de la representación en el arte cristiano. En el contexto del periodo medieval, el arte cristiano es de gran importancia por su gran influencia es esta etapa histórica.
El capítulo “La Luz del Icono”, hace referencia al tema de la luz en la representación iconográfica, que se muestra en resaltar la luz de la divinidad alrededor de hombres y mujeres a modo de tonos claros o con oro. El tema de la luz hace referencia al sentido sacramental de la obra, que por lo demás no es una obra cualquiera de un autor que a título personal decide hacer una representación de personajes o elementos religiosos. Es una obra de la Iglesia universal, fruto de la fe de una comunidad, y es para la Iglesia. Al mismo tiempo los temas no son tomados de lo cotidiano de la vida, sino que representa realidades sagradas del cristianismo: Jesucristo Dios y hombre, María como Madre de Dios, y a los santos, como partícipes de la visión beatífica y modelos de vida.
Esta representación de lo divino ha sido una fuente de problemáticas a lo largo de la historia. La raíz de tan largas disputas se encuentra en la tradición veterotestamentaria, en la que existe una prohibición de hacer imágenes para el culto, pues lo considera una amenaza al monoteísmo y como una manera de reducir lo sagrado, sustrayéndole su aspecto trascendente. Es precisamente en el Nuevo Testamento, en donde encuentra solución teológica y se abre a la posibilidad de admitir en al culto esta forma de arte. Ese Dios que no podía permitir que los hombres vieran su rosto (Éxodo 33, 20), toma carne en Jesucristo, y es en Jesús en el que el Dios de Abraham y de Moisés, accede a tomar un rostro humano. “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha contado (Evangelio de San Juan, 14,7). El Dios incognoscible, invisible, ha tomado un cuerpo y de esa visibilidad nace la representación “Dichosos los ojos que ven lo que veis” (Evangelio de Lucas capítulo 10, versículo 23). Es de esta visibilidad de Dios que nace la posibilidad de la representación. Sin embargo, en la práctica cristiana en los dos primeros siglos de la Iglesia no se permiten las representaciones, a finales del siglo II aparecen las primeras imágenes abstractas, con una finalidad catequética y litúrgica. En el S. IV al levantarse la prohibición en el imperio romano de practicar la fe cristiana y que más adelante hasta llega a ser favorecida comienza un despliegue para el arte cristiano, muy influenciado por los ritos paganos. Desde la arquitectura de las Iglesias tomadas de las basílicas, hasta los ritos fastuosos de los emperadores, pero ahora aplicado al Rey Supremo: Cristo. El arte cristiano nace, pero no dejará de encontrar opositores.
Las definiciones dogmáticas de los concilios de los primeros siglos, las respuestas a las herejías y la división de la Iglesia como Roma y Bizancio hacen mella en el arte cristiano. La liturgia griega de Constantinopla se orienta hacia un hieratismo y un gusto por lo magnificente, procedente de la corte imperial y que se armoniza con la belleza de los edificios. Debido a la representación iconográfica en oriente, nacen querellas e incluso sangrientas luchas entre iconoclastas e inconódulos. Todo este conflicto expone una cuestión muy importante para el cristianismo y señala la misma comprensión de su principal misterio: la encarnación. La relación entre materia y espíritu, la unión verdadera entre la divinidad y la humanidad en una persona: Jesucristo. Cabe mencionar que esta disputa no sólo hace referencia a las imagines, sino también a la misma teología dogmática. En occidente, esta lucha no fue tan fuerte en el campo de la iconografía, pues el arte aquí era principalmente para la catequesis de los ignorantes.
Retomando el tema de la luz en el icono, se indican tres aspectos. La Gloria de Dios, es símbolo de la divinidad de Jesucristo (como en La Transfiguración), y en los santos en esa transfiguración, como una apertura del cielo en la tierra. Para darle peso a lo expuesto, el autor principalmente cita las Sagradas Escrituras, fuente eclesiástica de mayor peso en el estudio teológico. También incluye textos apócrifos. En el aspecto histórico cita el libro de Historias Eclesiástica, y cartas de obispos y contemporáneos que ofrecen la crónica de lo sucedido y la vivencia de estos hechos.
Desde mi perspectiva el autor manifiesta una visión del icono qué desde su significado profundo a partir de la perspectiva de la luz, siendo un enfoque importante en su relación con lo sagrado y lo trascendente. Su relevancia en el estudio del arte medieval es que la relación del hombre con lo divino era fundamental en esta época. Y esto no sólo desde un aspecto externo, político sino desde su sentido teológico profundo.
La Encarnación en el cristianismo, muestra a un Dios que se hace hombre y al hacerlo asume en sí todo lo humano. Dios no es apariencia de hombre como diría el docetismo (herejía del s. I), es hombre en toda la integridad de su persona. Y parafraseando a Juan Pablo II nada de lo humano le es ajeno. Dios al encarnarse redime al género humano y todo lo que esto implica. Las disputas a este respecto nacen de una falta de comprensión de lo Sagrado. La encarnación sólo sucede una vez, pero Dios deja rastro de su presencia en lo creado y nos sigue hablando a través de ello, la presencia de lo espiritual en un mundo material nos permite mantener el contacto con la verdad de nuestro ser. Jesucristo al encarnarse devuelve la unión perdida por el pecado original entre estas dos dimensiones, y la tarea del hombre de seguir buscando esta unidad pasa a través del arte, pero principalmente en la lucha interior del cristiano por  dejarse transformar por Cristo en Cristo mismo, hasta ser capaz de vivir su vida en nuestra vida como diría San Pablo “Cristo vida vuestra” (Carta de San Pablo a los Colosenses capítulo 3 versículo 4) y “Ya no vivo yo es cristo que vive en mí” Carta de San Pablo a los Gálatas, capitulo 2 versículo 20).

Anexo



Pantocrator de la Catedral de Cefalú en la Isla de Sicilia, mosaico estilo normando-bizantino


Vista del mosaico de la Transfiguración en el ábside de la iglesia. Monasterio de Santa Catalina del Sinaí, Egipto.

La creación del genio

La creación del genio


El escrito de Keith Moxey me hace reflexionar sobre este escrito. Este autor es un profesor de Historia del Arte en la Universidad de Barnard. Es autor de libros de historiografía y filosofía de historia del arte, así como de la pintura e impresiones del siglo dieciséis en el norte de Europa. Sus publicaciones incluyen: Tiempo Visual: La imagen en la historia (2013); La práctica de la persuasión: Paradoja y Poder en la historia del arte (2001) entre otros. (Columbia University, 2018)
            Lo que llama la atención de la lectura es que muestra una perspectiva diferente en el tema del arte, quizás por tratarse de una nueva propuesta que sale de lo convencional de la época. El título llamativo de “La creación del genio” propone una perspectiva diferente de la misma palabra, de la que el autor no se compromete con su significado tradicional.
            En un esfuerzo por “decodificar a El Bosco” se revela que, aunque es mucho lo que se desconoce, puede haber una aproximación histórica de su obra. Existen valores sociales que ponen de manifiesto ciertos temas presentes en la obra de El Bosco de esta manera se muestra su papel en una nueva élite del humanismo (Keith, 2004). Es verdad que usa la invención, el genio y mucha fantasía en sus obras.  Aunque diferentes autores insisten en su significación esotérica, otros circunscriben sus significados a signos del pasado y del presente comprometiendo las circunstancias de su producción.
            Una de sus principales obras es: El Jardín de las delicias:

Hieronyus Bosch, El Jardín de las Delicias, 1500, Museo del Prado, Madrid.

            Moxey resalta su argumento diciendo que el valor que Bosco usa en esta pintura es el satírico y divertido concepto del mundo al revés, así como sus monstruos fabricados para demostrar el nuevo alegato de libertad del artista humanista. (Keith, 2004, pág. 60). Esto lo considera parte de su “hacer genio”. Para el autor la categoría de genio es un constructo social. Y que más allá de atribuir al misterio su creación su genialidad es fruto de la acción deliberada del artista.
            Lo que me aportó es una forma nueva de ver el arte no desde un punto de vista estético sino rompiendo ciertos paradigmas redefiniendo lo estético. La pretensión de descubrir los enigmas puede ser aventurada, quizás el comprender su contexto nos aporte nuevas maneras de ver la realidad inspirándonos en la obra sacar nuestras propias conclusiones. Es ahí donde radica la verdadera “genialidad” no como un conjunto de dones excepcionales sino como una forma de enriquecernos con la aportación de lo que nos circunda.

Bibliografía

Columbia University. (28 de febrero de 2018). Obtenido de http://www.columbia.edu/cu/arthistory/faculty/Moxey.html

Keith, M. (2004). TEORIA, PRACTICA Y PERSUASION: ESTUDIOS SOBRE HISTORIA DEL ARTE. Barcelona: El Serbal.