El encuentro en El Principito

El encuentro en El Principito



Antoine de Saint-Exupery nos deja una de las más entrañables historias que tocan el alma. Tomando la parte del encuentro entre el Principito y el zorro, hago estas reflexiones. La profundidad del encuentro entre dos personas está muy bien ejemplificado en este relato. Primero nace de una necesidad: “¡Estoy tan triste!...” el Principito experimenta que tiene necesidad de compañía. Que no se basta así mismo existe algo en el otro que él no tiene.
El Zorro coloca una condición, crear un campo común de juego: “No puedo jugar contigo —dijo el zorro—. No estoy domesticado”. El encuentro es una relación en la que ambas partes se comprometen con el reto que implica encontrarse. No es algo espontáneo, requiere la voluntad de estar dispuesto a asumir una actitud de generosidad con la dosis de renuncia y sacrificio que contiene. Porque “crear lazos” comporta un riesgo ya no soy sólo yo y mis necesidades estamos enlazados. Implica el riesgo de sufrir como de hecho sucede al final del relato cuando se tienen que despedir, si no hubieran creado los lazos no dolería, pero ese riesgo tiene una ganancia mucho mayor que la pérdida. Sólo el haber amado da plenitud y sólo el amor es lo que queda al final de la vida. Como comenta al decir “-Sí - dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros”. Cuando no hay amor el otro es sólo “otro” su existencia me es indiferente, su persona no me aporta nada, si nunca hubiera existido mi vida sería exactamente igual. “Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...” es el amor lo que individualiza, lo que da la marca de especial. Lo que da el color sobre el fondo gris. Pero la vida sin ese color no tendría sentido.
Al reflexionar sobre la grandeza del encuentro el Zorro implora: “¡Por favor... domestícame!”. La actitud de generosidad a la que antes se aludía implica darse el tiempo, dar tu tiempo para conocer. Al inicio el Principito se resiste: “—Bien lo quisiera —respondió el principito— pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-”. Como el mismo autor de esta obra comenta en otra “que sólo puedo comprender aquello a lo que me uno” o que “sólo conozco aquello que amo”. Sólo cuando se comienza a amar a alguien o a algo soy capaz de descubrir la belleza que posee. Si no se involucra el afecto al conocer se pierde gran parte de la riqueza que se presenta a los ojos. Pero si no se da el tiempo… si las prisas, el ritmo acelerado me impiden acercarme a las realidades más valiosas, me pregunto si podría llamarse vida aquello que sólo transcurre sin dejar una huella profunda. No será acaso sólo existencia, activa, productiva, pero sólo existencia y no digna de llamarse vida. Cuando el poeta Argentino Martín Fierro anota “ama todo cuanto vive: y de Dios vida se recibe y cuando hay vida hay amor” sólo se vive cuando se ama. Y considero que aquí se encuentra el ordo amoris (el amor ordenado) cuando se es capaz de poner en primer lugar el amor.  Cuando el Zorro se queja de que “Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!....” se queja de que los hombres quieren las cosas sin esfuerzo, sin lucha, que por eso no se tienen verdaderos amigos. Porque como comenta Aristóteles “la amistad sólo se da entre personas virtuosas”. Claro, hablando de verdadera amistad, no de lo que superficialmente se entiende por la misma.
Es magistral la siguiente expresión del fruto del encuentro: cuando el Principito al descubrir lo que es un verdadero encuentro no admite falsas representaciones: “—El principito se fue nuevamente a ver a las rosas: “No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún —les dijo—. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
—Y las rosas se sintieron bien molestas.
—Sois bellas, pero estáis vacías —les dijo todavía—. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado (…) Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (…) Puesto que es ella la rosa quien escuché quejarse, o alabarse, o aún, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa”.
Después comenta más a delante: “El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”. El otro es valioso para mí porque le he dedicado lo que tengo, mi tiempo y lo que soy… la paciencia de ir todas las veces a la misma hora a acercarse sin avasallar, sin imponerse. El saber escuchar, el aceptar al otro como es requiere virtud requiere saber esperar y salir a buscar.
Termina diciendo: “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Las realidades más valiosas son las que son capaces de llevarnos a nuestro interior.

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