El túnel de la soledad: sobre el libro de Ernesto Sábato
Leyendo el libro de “El túnel” de Ernesto
Sábato, me suergieron algunas reflexiones al respecto. Primero, me parece que
se presenta la imagen del túnel como una representación de la soledad nacida la
experiencia de un cerrarse de posibilidades. Entiendo esto al analizar la imagen
de un túnel, éste se caracteriza por estar carente de luz, y si no se encuentra
salida también puede tener carencia de comunicación. El protagonista de la
obra, Juan Pablo Castel se encuentra en un túnel, está sólo y a oscuras.
Necesita de manera apremiante luz y comunicación. Porque el ser humano no puede
desarrollarse de esta forma.
Por su personalidad peculiar que es una
persona sensible a los valores espirituales, es introvertido y reflexivo, parece
ser que enfoca de una forma casi enfermiza en su introspección, en su cálculo
de las relaciones humanas y casi una especie de superioridad frente a los demás
que se le antojan un tanto superficiales y banales. La percepción predominantemente
negativa de su entorno le reduce la capacidad de relacionarse y por
consiguiente, en su capacidad de experimentar alegría por los acontecimientos
incluso positivos que le acaecen. Utiliza su gran capacidad de análisis y la
profundidad de su reflexión para hacer más complicadas y calculadas sus
relaciones cuando en el fondo, lo que predomina es el miedo ante el otro.
La inseguridad que todos experimentamos,
él la enfrenta replegándose sobre sí mismo, calculando exhaustivamente cada
detalle de su vida y relaciones para garantizarse un poco de control sobre las
mismas. Pero esto le impide arriesgarse sencillamente y aprovechar cada momento
como viene. Esta forma de relacionarse consigo mismo y con los demás potencia
diferentes tipos de obsesiones y neurosis. Al fortalecerse estos elementos en ciertos
aspectos de su personalidad se genera una especie de relación con su entorno que
subraya el lado negativo de la realidad. Eso genera falta de esperanza y la
vida se enfrenta así de esta forma con desánimo. La esperanza es una virtud que
permite alegrarse en el presente ante la perspectiva del futuro. Su falta
produce una tristeza mortal.
En esa
esperanza de comunicación abre una posibilidad, la ventana en su cuadro con la
mujer mirando hacia el mar. Ese cuadro no muestra este elemento de modo
evidente, es más casi nadie repara en este detalle. Esto lo hace como un deseo
de ser comprendido de establecer una comunicación al igual que el haber escrito
la justificación de su asesinato. Estas ventanas que abre no las abre de modo
claro y evidente porque desea que sólo un espíritu parecido al suyo logre
entrar en comunicación con él. Encentra esto en María quien entiende de una forma
distinta este cuadro. Y aquí toma una actitud de posesión en el que al mismo
tiempo que desea poseer desea ser poseído. Para adquirir así su seguridad
fundamental. María es casada, y aunque le corresponde, no lo hace completamente.
No comparte el alma. Se entregan a una serie de relaciones a escondidas en las
que, compartiendo el cuerpo, se abstiene de compartir el alma. Esto lo “leo” en
que no es totalmente abierta con él. Desde un inicio se muestra su
ambivalencia. María se entrega a una relación, como quien es arrastrada en el
vértigo. Pero no se deja arrastrar con toda su persona. Ella muestra
resistencia, comparte su intimidad física, pero no toda su intimidad interior.
En la obra se echa de menos una clarificación por su parte de las acciones.
Esto puede ser causado por la forma en que Castel se comporta con ella en el
trato que le da como, de manera que se puede interpretar que la considera un
medio para sus fines. En su comunicación no genera un espacio de confianza que
permita la apertura de su alma. Ella no se entrega por completo, no toma en
ningún momento la decisión de dejar a su esposo ni sus otras relaciones con
otros hombres para entregarse a Castel. El amor de pareja exige una cierta
exclusividad. Y en María está claro que esto no forma parte de sus intenciones.
Esto es percibido por Castel, por ello se da cuenta de que no está consiguiendo
poseerla completamente, y eso le perturba. Percibe que la comunicación de
cuerpos no acompaña a la comunicación más profunda del alma que se da cuando hay
una verdadera compenetración. En María, Castel, encuentra un rayo de luz en su
túnel de soledad, pero se aferra a esta especie de luz con todas sus fuerzas y
busca de dónde proviene esta luz con todas sus fuerzas e intenta retener este
rayo de luz que entrevé como su salvación, con toda su energía. El problema es
que su incapacidad de comunicación no se debía a que nadie podía entenderlo,
sino a que no consideraba a nadie digno de esa comunicación. Se encontraba en
un túnel que había creado él mismo y que lo seguía alimentando. Su espíritu se
encontraba cerrado. Sólo comunicaba mediante su arte. Pero no deseaba mantener
esta comunicación con quienes se interesaban por él, porque no lo hacían de la
manera que él quería. La verdadera apertura pide aceptar la alteridad. No me
puedo comunicar exclusivamente con quienes me complementan de manera natural.
Tengo que comunicarme con el otro como es y no sólo como desearía que fuera. Abrirse
al otro implica salir de la zona de lo “seguro”, de lo controlable y encontrar
en esta apertura un misterio que no se posee, sino se admira, se contempla. Y cuya
reciprocidad también está en el ámbito de lo “inseguro”. Pero salir de este
túnel implica mucho más que entrar en relación, implica hacerlo de la forma
adecuada, de modo que realmente se establezca un puente entre las diferencias
que nos “separan”.