El arte en su extra-temporalidad o en su fugacidad

La fascinación de lo efímero con lo inmortal, o de lo pasajero con lo duradero atraviesa el alma humana en dos direcciones: el anhelo de inmortalidad, de perpetuación y el deseo del goce inmediato pero efímero. Son dos aspiraciones no necesariamente contrapuestas, pero que en determinados momentos y circunstancias exigen una elección excluyente. En este sentido el propósito del arte (si es que lo tiene) es directamente cuestionado por este dilema. Comenta Zigmunt Bauman: “¿Conseguirá el arte ser la última muralla defensora de la inmortalidad, de una inmortalidad deconstruida con ahínco y gozo por las fuerzas conjuntas del consumo y los postmodernos buscadores de sensaciones?” (Zigmunt Bauman, 2007, pág. 24). Y podría añadírsele la cuestión sobre si el arte debería someterse a las demandas del mercado como menciona Ilinca con ironía en su artículo: “Queda no obstante el dilema entre, por un lado, la aceptación de los mecanismos del mercado con la esperanza secreta de que, por la crítica continua, él se autorregulará y por otro lado, el retiro orgulloso de este espacio maloliente” (Ilian, 2013, pág. 8).
Podemos ver en contraste dos culturas, en la cultura antigua y en la moderna. De la antigüedad tomamos como referencia la civilización egipcia y de la cultura moderna tomaremos como referencia el Pop Art.
La idea religiosa de eternidad en el arte egipcio consta por representaciones artísticas: pictóricas, escultóricas, arquitectónicas. Dichas obras reflejaban de alguna forma este deseo y creencia de eternidad, que se pone de manifiesto en los ritos funerarios. La figura del faraón, que para ellos representaba un dios sobre la tierra, muestra esto de manera particularmente grandiosa desde sus cuidadosos entierros hasta sus famosas pirámides, cuya función era para dar sepultura. Se buscaba que después de su muerte, éste siguiera existiendo para siempre. No resultaba suficiente con el cuidado que ponían en los entierros para la conservación de su cuerpo, además pidieron a los escultores que labraran el retrato del faraón en un imperecedero granito, que aunque esta escultura no estaba hecha para que los ojos humanos pudiesen contemplarla, de alguna forma ayudase a revivir el espíritu a través de la imagen (E.H., 1999).
En contraste, tenemos en la época moderna alrededor de los años cincuenta, el considerado Arte Pop, cuyo principal representante Andy Warhol reproduce, elementos cotidianos, perecederos, productos de consumo, personas individuales o representadas de “forma masiva”, o usando imágenes religiosas mezcladas con marcas comerciales. Como él mismo diría en una entrevista que la gente aprecia este tipo de arte porque “Parece algo que ellos conocen y miran diariamente” (Anonimo, 2012). Warhol prefiere no dar interpretaciones de su arte como comenta en el artículo ya citado: “El Arte Pop es innegablemente ambiguo, y resulta igual que con el Artista Pop Andy Warhol. Él ha dicho que prefiere mantenerse en el misterio y que nunca divulgará su fondo” (ídem). Este es un tipo de arte que refleja un aspecto de la postmodernidad como sociedad de consumo, sin embargo no es lo único que busca expresar, pues en concreto en Warhol, se pueden encontrar diversas lecturas de sus obras, incluso algunas de índole espiritual o religiosa, sin embargo este ensayo se centra en esta manifestación artística desde el punto de vista de una sociedad de consumo. Al puntualizar este aspecto de la sociedad, se puede aclarar que se toma el concepto consumo desde el punto de vista de la “liquidez” a partir  de la concepción de Bauman de este término. Explica el significado que le da al término “modernidad líquida” en el arte postmoderno:
 “Cuando el tiempo fluye pero no discurre, no se encamina. El cambio es constante y ya no hay una conclusión: una secuencia incesante de nuevos inicios donde, como ya dijo Metzger hace años, la destrucción final del objeto está ya incorporada a él desde su concepción”. (Zigmunt Bauman, 2007, pág. 41).
Cuando se habla del arte en su misterio y de cómo produce en nosotros esa fascinación, cuando vemos obras permanecer en el tiempo y su capacidad de seguirnos inspirando, sorprendiendo, se puede observar que hay algo que sigue siendo vigente: su humanidad y su capacidad de decirnos una y otra vez las mismas cosas de formas distintas. Alguna vez escuché en una conferencia que el artista era aquella persona dotada de tal sensibilidad, que era capaz de plasmar el momento histórico que estaba viviendo y transmitirlo a las generaciones posteriores. En ese sentido el artista es un testigo del mundo que le ha tocado vivir y deja constancia de ello. Sean cuales fueren las intenciones del autor, vender, deseo de perpetuación personal, lo que sí creo es que el tiempo hace una buena criba manteniendo vigentes las obras que tienen algo que decir y resultan elocuentes, inspiradoras y desechando las que no. Manifestaciones artísticas han existido muchas, y el tiempo no hace honor a todas. También creo que el valor de la obra radica en su capacidad de comunicar un mensaje al destinatario de su arte, que este mensaje en su belleza eleve la cotidianidad de una vida, a las aspiraciones más profundas del hombre y no sólo a los deseos más impulsivos e inmediatos. Estamos en una época tan carente de referencias, en la que (sobretodo muchos artistas) rechazan los cánones, en la que algunos deciden romper abruptamente con el pasado y crear algo desde cero. Por eso es importante que el arte no rompa la continuidad de la existencia y que sepa situarse en el lugar que le corresponde. Algunas obras serán consideradas arte y otras no, y me parece que permanecerán aquellas que dejen una huella mayor en el espíritu humano, y no necesariamente las que fueron mejor cotizadas.  

Estamos siendo testigos de una generación que no considera sus raíces que vive para la sensación del momento, “una época que sustituye el patrón oro de la fama, por la circulación fiduciaria de la notoriedad” (Zigmunt Bauman, 2007) es incapaz de crear algo duradero, no desechable. Sin embargo esta característica generalizada de la postmodernidad no es la única cara de la moneda y siempre habrá una opción distinta para quien no se conforme con una existencia fugaz, que transita en ese intento desesperado por acumular emociones, pero que ni todas juntas logran dar un sentido a la propia vida. Esa opción distinta lleva inscrita una garantía de eternidad para “aquellos espíritus” que no dejarán de vivir aun cuando la vida acabe.

La Gran Pirámide de Guiza, H. 2613-2563 a. C.

Andy Warhol, Campbell's Soup Cans, 1962, Pop Art, pintura en poliéster en sintético en treinta y dos lienzos, cada uno 50.8 x 40.6 cm, MoMA Museum


Bibliografía


Anonimo. (2012). A Spiritual Buisness Artist. Currents of Encounter, 37.
E.H., G. (1999). La Historia del Arte (15a edición ed.). (R. S. Torroella, Trad.) México, D. F., México: Diana.
Ilian, I. (2013). ¿Se acerca el apocalípsis cultural? Tres pespectivas hispánicas. Universidad de Oeste de Timisoara, 9.

Warhol, A. (1975). The Philosophy of Andy Warhol (From A and B and Back Again). Orlando: Harcurt.
Zigmunt Bauman, e. a. (2007). Arte, ¿líquido? Madrid: Sequitur.


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