Ver la Luz
El
autor del libro “La luz del Icono” Bertrand Davezac, nos ofrecen en el artículo
“Ver la luz” una valoración teológica e histórica de la representación de las
imágenes en el cristianismo. Bertrand es un historiador del Arte, procedente de
Francia y colabora como Miembro “DaCamera Society de Houston” (formando parte
de la mesa directiva desde 1988). Nació el 27 de abril de 1930 en París
Francia, es Doctor en Filosofía por la Universidad de Columbia y Jefe curador
de “The Menil Collection”. Ha publicado además otros libros como “Iconos
Griegos Después de la Caída de Constantinopla” y “Después de la caída de Constantinopla”
(1996).
Este
estudio aporta una perspectiva original que permite comprender el sentido y el
significado del arte iconográfico en el periodo Medieval dentro del contexto
del cristianismo, y más específicamente en oriente (en donde se desarrolló con
mayor amplitud el arte iconográfico), así como los conflictos derivados de este
tipo de representaciones. Mismos que obligaron a una profundización teológica
de la representación en el arte cristiano. En el contexto del periodo medieval,
el arte cristiano es de gran importancia por su gran influencia es esta etapa histórica.
El
capítulo “La Luz del Icono”, hace referencia al tema de la luz en la
representación iconográfica, que se muestra en resaltar la luz de la divinidad
alrededor de hombres y mujeres a modo de tonos claros o con oro. El tema de la
luz hace referencia al sentido sacramental de la obra, que por lo demás no es
una obra cualquiera de un autor que a título personal decide hacer una representación
de personajes o elementos religiosos. Es una obra de la Iglesia universal, fruto
de la fe de una comunidad, y es para la Iglesia. Al mismo tiempo los temas no
son tomados de lo cotidiano de la vida, sino que representa realidades sagradas
del cristianismo: Jesucristo Dios y hombre, María como Madre de Dios, y a los
santos, como partícipes de la visión beatífica y modelos de vida.
Esta
representación de lo divino ha sido una fuente de problemáticas a lo largo de
la historia. La raíz de tan largas disputas se encuentra en la tradición
veterotestamentaria, en la que existe una prohibición de hacer imágenes para el
culto, pues lo considera una amenaza al monoteísmo y como una manera de reducir
lo sagrado, sustrayéndole su aspecto trascendente. Es precisamente en el Nuevo
Testamento, en donde encuentra solución teológica y se abre a la posibilidad de
admitir en al culto esta forma de arte. Ese Dios que no podía permitir que los
hombres vieran su rosto (Éxodo 33, 20), toma carne en Jesucristo, y es en Jesús
en el que el Dios de Abraham y de Moisés, accede a tomar un rostro humano. “A
Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, él
lo ha contado (Evangelio de San Juan, 14,7). El Dios incognoscible, invisible,
ha tomado un cuerpo y de esa visibilidad nace la representación “Dichosos los
ojos que ven lo que veis” (Evangelio de Lucas capítulo 10, versículo 23). Es de
esta visibilidad de Dios que nace la posibilidad de la representación. Sin
embargo, en la práctica cristiana en los dos primeros siglos de la Iglesia no
se permiten las representaciones, a finales del siglo II aparecen las primeras
imágenes abstractas, con una finalidad catequética y litúrgica. En el S. IV al
levantarse la prohibición en el imperio romano de practicar la fe cristiana y
que más adelante hasta llega a ser favorecida comienza un despliegue para el
arte cristiano, muy influenciado por los ritos paganos. Desde la arquitectura
de las Iglesias tomadas de las basílicas, hasta los ritos fastuosos de los
emperadores, pero ahora aplicado al Rey Supremo: Cristo. El arte cristiano
nace, pero no dejará de encontrar opositores.
Las
definiciones dogmáticas de los concilios de los primeros siglos, las respuestas
a las herejías y la división de la Iglesia como Roma y Bizancio hacen mella en
el arte cristiano. La liturgia griega de Constantinopla se orienta hacia un
hieratismo y un gusto por lo magnificente, procedente de la corte imperial y
que se armoniza con la belleza de los edificios. Debido a la representación
iconográfica en oriente, nacen querellas e incluso sangrientas luchas entre
iconoclastas e inconódulos. Todo este conflicto expone una cuestión muy
importante para el cristianismo y señala la misma comprensión de su principal misterio:
la encarnación. La relación entre materia y espíritu, la unión verdadera entre
la divinidad y la humanidad en una persona: Jesucristo. Cabe mencionar que esta
disputa no sólo hace referencia a las imagines, sino también a la misma
teología dogmática. En occidente, esta lucha no fue tan fuerte en el campo de
la iconografía, pues el arte aquí era principalmente para la catequesis de los
ignorantes.
Retomando
el tema de la luz en el icono, se indican tres aspectos. La Gloria de Dios, es
símbolo de la divinidad de Jesucristo (como en La Transfiguración), y en los
santos en esa transfiguración, como una apertura del cielo en la tierra. Para
darle peso a lo expuesto, el autor principalmente cita las Sagradas Escrituras,
fuente eclesiástica de mayor peso en el estudio teológico. También incluye
textos apócrifos. En el aspecto histórico cita el libro de Historias Eclesiástica,
y cartas de obispos y contemporáneos que ofrecen la crónica de lo sucedido y la
vivencia de estos hechos.
Desde
mi perspectiva el autor manifiesta una visión del icono qué desde su
significado profundo a partir de la perspectiva de la luz, siendo un enfoque
importante en su relación con lo sagrado y lo trascendente. Su relevancia en el
estudio del arte medieval es que la relación del hombre con lo divino era
fundamental en esta época. Y esto no sólo desde un aspecto externo, político
sino desde su sentido teológico profundo.
La
Encarnación en el cristianismo, muestra a un Dios que se hace hombre y al
hacerlo asume en sí todo lo humano. Dios no es apariencia de hombre como diría
el docetismo (herejía del s. I), es hombre en toda la integridad de su persona.
Y parafraseando a Juan Pablo II nada de lo humano le es ajeno. Dios al
encarnarse redime al género humano y todo lo que esto implica. Las disputas a
este respecto nacen de una falta de comprensión de lo Sagrado. La encarnación
sólo sucede una vez, pero Dios deja rastro de su presencia en lo creado y nos
sigue hablando a través de ello, la presencia de lo espiritual en un mundo
material nos permite mantener el contacto con la verdad de nuestro ser.
Jesucristo al encarnarse devuelve la unión perdida por el pecado original entre
estas dos dimensiones, y la tarea del hombre de seguir buscando esta unidad pasa
a través del arte, pero principalmente en la lucha interior del cristiano
por dejarse transformar por Cristo en
Cristo mismo, hasta ser capaz de vivir su vida en nuestra vida como diría San
Pablo “Cristo vida vuestra” (Carta de San Pablo a los Colosenses capítulo 3
versículo 4) y “Ya no vivo yo es cristo que vive en mí” Carta de San Pablo a
los Gálatas, capitulo 2 versículo 20).
Anexo
Pantocrator de la Catedral de Cefalú en la Isla de Sicilia, mosaico
estilo normando-bizantino
Vista del mosaico de la Transfiguración en el
ábside de la iglesia. Monasterio de Santa Catalina del Sinaí, Egipto.
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