EL EXILIO ESPAÑOL EN MÉXICO Y SU ARQUITECTURA


IMANOL ORDORIKA FUE PARTE DE ESTE GRUPO, DISEÑANDO LOS CAMPUS DE LA UNIVERSIDAD ANÁHUAC MÉXICO NORTE Y MÉXICO SUR, ENTRE OTRAS OBRAS:La cuarta generación: arquitectos hispano-mexicanos
Se ha denominado generación hispano-mexicana al grupo de niños y jóvenes nacidos en España que llegaron a México acompañando el éxodo de sus padres, y que se formaron y se desarrollaron profesionalmente en su patria de adopción. A este grupo pertenece otra camada de arquitectos (ya mexicanos a todos los efectos) que, en su mayoría, hicieron la carrera en la Escuela Nacional de Arquitectura (hoy Facultad) de la UNAM, con sede en la Academia de San Carlos (los más jóvenes terminaron los estudios en Ciudad Universitaria, donde se trasladó la escuela en 1954). Para entonces las teorías de José Villagrán, inspiradas en los postulados racionalistas, estaban plenamente consolidadas, y un reconocido grupo de arquitectos mexicanos (conformado por el propio Villagrán, Federico Mariscal, Mauricio M. Campos, Mario Pani, Enrique del Moral, Enrique de la Mora y Augusto H. Álvarez, entre otros) guiaba los destinos de la escuela.
Entre los arquitectos hispano-mexicanos sobresalen Antonio Peyrí Maciá (Barcelona 1924), Eduardo Ugarte Arniches (Madrid 1925-México 1980), Antonio Encinas Martínez (Madrid 1926), Ángel Azorín Poch (Córdoba 1927-México 2007), José Luis Benlliure Galán (Madrid 1928-México 1994), Héctor Alonso Rebaque (Santander 1928-México 2001), Imanol Ordorika Bengoechea (Lekeitio, Vizcaya 1931-México 1988), Juan Antonio y Pilar Tonda Magallón (Madrid 1931 y 1934, respectivamente), Nile Ordorika Bengoechea (Lekeitio, 1932), Juan Benito Artigas Hernández (Madrid 1934), Julio de la Jara Alcocer (Madrid, 1934) y Raúl de la Colina Gurría (Santander 1935). Todos ellos son producto del exilio español, pero arquitectos plenamente mexicanos.
Su experiencia de exilio fue muy diferente a la de sus mayores; a su llegada tuvieron que terminar los estudios interrumpidos por la guerra y se incorporaron, por lo general, a instituciones fundadas por los propios refugiados (como la Academia Hispano-Mexicana, el Colegio Madrid o el Instituto Luis Vives), lo que los mantuvo un tanto aislados del medio mexicano en “burbujas” en las que se respiraba el ambiente republicano. Su verdadera integración, su descubrimiento de la realidad y riqueza nacional, vino con el acceso a la Universidad y su relación con profesores y condiscípulos mexicanos. La mayoría compaginó la práctica profesional con la enseñanza en diversas escuelas de arquitectura del país.

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