Los Derviches Giróvagos de Rumi


Blog Arte, entrada # 7
Gabriela Monroy Yurrieta
Estética y Apreciación del Arte
Los derviches giróvagos
Abril 11, 2018

LOS DERVICHES GIRÓVAGOS DE RUMI.


Tuve la oportunidad de asistir a la ceremonia mística de los derviches giróvagos de Rumi en Estambul. Además, mi investigación de la maestría la realicé sobre este tema. Realmente es algo mágico y misterioso y en los siguientes párrafos quiero compartirlo:
         La voz derviche tiene su origen en la palabra persa darvish y quiere decir literalmente mendigo o mendicante asceta, es decir, el que pide limosna de puerta en puerta. El derviche es miembro de una  cofradía de carácter ascético y místico, normalmente es un sufí, un ser humano que tiene un carácter inalterable e indiferente a los bienes materiales, que manifiesta pobreza espiritual y una inmensa necesidad de Dios y de llegar a la Unicidad a través de un recorrido espiritual para alcanzar la unión mística mediante la cual amado se convierte en el espejo del amante místico, llenándolo de verdad y propiciando su plenitud mediante la espiritualidad compartida (ma’arifa).  Así, el derviche está convencido de que estar en unión con Dios es estar cerca de los seres humanos porque la experiencia mística es una experiencia de vida.
         Rumi no sólo se adscribe a la tradición del sufismo, sino que la ha venido a redimensionar y potencializar a través del uso de la música, la poesía y la danza como medios para alcanzar el éxtasis, dichas prácticas dieron origen a los denominados derviches giróvagos o derviches mevlevi (por Mevlana que significa maestro, como era llamado Rumi tanto por sus estudiantes como por la comunidad en su conjunto).


          Los derviches giróvagos buscan alcanzar el éxtasis místico (uayd) en la samâ’ (que literalmente significa escucha o audición), así desde un punto de vista ritual, los derviches se distinguen por la danza mística que es símbolo del baile de los planetas y que imita el movimiento circular presente en toda existencia, el derviche giróvago busca participar en esta danza cósmica, ya que tanto el macrocosmos como el microcosmos tienen un diseño circular que constantemente se repite y esta idea es la que inspira la samâ’.  Para Rumi la samâ’ inicia con el pensamiento de circularidad, que es el elemento básico del sufismo, ligado a las ideas de recuerdo y retorno, al respecto Ibn Arabi comenta que:

Considera que el mundo es una figura esférica y por esto ansía volver a su principio, una vez que ha llegado a su fin, es decir a Dios, que fue quien nos sacó del no ser al ser y al cual hemos de volver, como Él mismo dice en varios lugares de su Libro (Corán)… Todo ser, toda cosa, es una simple circunferencia que torna a aquél de quien tomó su principio.[1]

         Lo anterior nos llevaría a pensar que, así como el mundo es una esfera, de manera semejante es el recorrido del espíritu sufí, de ahí que esta idea de circularidad sea lo que inspira el ritual de la samâ’, en tanto el círculo simboliza la Unicidad del ser y la idea de retorno del hombre al origen. Todo movimiento circular tiene correlación con un centro y en este caso el centro es el corazón, la esencia de la vida que es renovada en cada latido, una realidad que muere y renace a cada momento por lo que los elementos dispersos del alma son reunidos y trasmutados en relación con la luz del corazón.




         Los derviches giróvagos giran sobre sí mismos hasta conseguir el éxtasis.  La danza o samâ’ es acompañada del ney o flauta de caña, de un instrumento de percusión como el bendir o el kudum y un rebâb o viola, entre otros. Así tenemos que el ney es la metáfora de la búsqueda espiritual del ser humano separado de su origen, de Dios y la aventura mística inicia con la conciencia de esta separación.  El derviche deviene un ser perfecto cuando se vacía a sí mismo (fanâ), como el ney, y se llena de la voluntad divina en forma de soplo. El kudum posee un gran simbolismo ya que, según la tradición mevlevi, de este instrumento se extrae un sonido penetrante que recuerda la voz imperativa en árabe: kun, que significa ¡Sé! y es el verbo creador de Dios, como lo indica la Azora XXXVI, 82: “¡Sí! Él es el Creador, el Omnisciente. Cuando quiere una cosa, su orden consiste en decir: ¡Sé!, y es.”[2]
Por lo anterior podemos afirmar que la samâ’ es una ceremonia ritualizada con música y danza que caracteriza a los derviches giróvagos o mevlevi y Eva de Vitray-Meyerovitch comenta lo siguiente:

          La samâ’ es un oratorio espiritual al que acompaña la célebre danza giratoria característica de su cofradía. Este “concierto”, verdadero oficio litúrgico, implica todo un simbolismo. Basado en la “correspondencia” del microcosmos y el macrocosmos, representa por una parte la ronda celeste de los planetas alrededor del sol, y por otra la búsqueda del Uno supremo por parte de las almas separadas. El canto de la flauta, el ney, preludio de las sesiones de samâ’, expresa la nostalgia de este exilio del ser lejos de la patria espiritual que es su origen y su fin.[3]

          La samâ’ consta de cuatro secuencias de danza que reciben el nombre de salam (paz, salud, seguridad), esta palabra tiene la misma raíz que islam lo que significa que es una entrega confiada a Dios.  Salam es también uno de los noventa y nueve nombres con los que el Corán designa a Alá, este nombre ocupa un lugar primordial en este ritual, ya que el derviche invoca todas las mañanas a Dios con este nombre, reconociéndolo como el refugio de su corazón. 

          Así tenemos que el primer salam es la conversión y el nacimiento del derviche a la verdad, abriéndose a su realidad interior.  El segundo salam es la realidad y mirada al exterior, dándose cuenta de que todo y todos son un reflejo de Dios.  El tercer salam es la contemplación, el punto más alto de la experiencia espiritual del derviche, advirtiéndose que el amor a Dios lo lleva a la propia extinción en su creador (fanâ).  El cuarto y último salam es el compromiso del derviche con todos los seres humanos, permaneciendo su ser interior en presencia de Dios y convencido que su actitud hacia el mundo debe ser de sabiduría, bondad, justicia, que él está para servir y no para ser servido. 

          Otro de los símbolos importantes del samâ’ es la posición que tienen los brazos del derviche mientras se ejecuta la danza, manifestando el secreto más íntimo del hombre que quiere liberarse y para ello los derviches se olvidan de su vida en sus giros con los que expresan su salida del mundo.  Con su mano derecha que mira hacia arriba, significando que recibe el conocimiento de Dios y la izquierda hacia abajo simbolizando que el conocimiento es trasmitido a todos los seres humanos.  Así, la condición para recibir es primero deshacerse de los nafs, vaciarse a sí mismo.  Por esta razón el alto gorro de fieltro que visten los derviches giróvagos hace referencia a las lápidas, la túnica blanca, el sudario y el manto negro que los envuelve, a la tumba de la que deben resurgir para un renacer, lo que quiere decir la muerte del ego.  Es en este vacío que el sufí trasciende y encuentra la Divinidad.
          Antes de entregarse a la samâ’ o danza mística que libera el alma, siempre se tiene que hacer oración, ya que sin esto el baile carecería de sentido, repitiendo Alá el Único y sus 99 nombres hasta el éxtasis si es preciso.  Un derviche debía meditar y hacer trabajos por 1001 días sobre una piel de oveja para ser mejor ser humano antes de ser admitido.  Así, son musulmanes en sus palabras y sufíes en su corazón, buscando algo más hasta salir de todo, hasta de sí mismos, como un trance sin el que no poseerán el éxtasis de la danza.  
El ritual y los gestos del giro se inician con un saludo a la piel de oveja que está en el piso, ya que ahí se encuentra el espíritu del pîr o sheik, cuando no dirige en persona. Vuelve a saludar y en ese momento inicia el samâ’.  Los brazos cruzados simbolizan la unión con Dios, es la postura número uno, el símbolo de Alá después abre los brazos poco a poco, como si estuviera volando con las alas abiertas hacia Dios, pidiendo algo a Dios con la mano derecha con la que lo recibe para de inmediato ofrecerlo al pueblo con la izquierda, pues él no quiere nada para sí mismo.  Cada vez que da una vuelta con sus pies repite el nombre de Alá. Al finalizar la samâ’ saluda nuevamente a la piel de oveja y cruza los brazos en señal de unión con Dios. Concluida la ceremonia el derviche se da cuenta que algo ha ocurrido en su interior, ya que penetra en la samâ’ y danza cuando el éxtasis se ha apoderado de él, iniciando como un hombre común y terminando la ceremonia convertido en un sabio, haciendo conciencia de la danza mística y de la repetición de la Azora II, 109 del Corán que dice: “A Dios pertenecen el Oriente y el Occidente. Donde quiera que os dirijáis, allí está la faz de Dios. Dios es inmenso, omnisciente”[4].  En cierto modo la danza de los derviches giróvagos tiene su origen en esta aleya ya que hacia donde giren miran el rostro de Dios, así ver y sentir la faz divina a través de la samâ’ constituye la expresión del Tawhid, de la Unicidad.




[1] Halil Bárcena, Sufismo, Barcelona, Fragmenta Editorial, 2012, p. 147.
[2] El Corán, traducción y prólogo de Juan Vernet, México, Random House Mondadori, S.A. de C.V., 2007, p. 419.
[3] Yalal al-Din Rumi, 150 Cuentos Sufíes, tr. Antonio López Ruiz. Barcelona: Paidós Orientalia, 2010, p. 14.

[4] El Corán, Op. Cit., p. 69.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.